Tokio blues Acuario con medusas
Cuenta la leyenda, fomentada por el propio John Lennon, que enNorwegian wood se halla, cifrada, la historia de un affaire extramarital del artista. Con su engaño trascendido en belleza perdurable, la canción de los Beatles alentó en el escritor Haruki Murakami la voluntad de capturar una verdad frágil y esquiva: la vulnerabilidad de ese estado de tránsito a la madurez que las sensibilidades extremas viven como limbo melancólico, que desemboca en el ingreso en la responsabilidad adulta, la inmadurez patológica o, en el peor de los casos, el suicidio prematuro.Norwegian wood, quinta novela del autor japonés, traducida al castellano por Lourdes Porta como Tokio blues, es un extraño islote en su carrera: también es la obra que le convirtió en un fenómeno de masas y es fácil comprender por qué.
En su excepcional Bright future(2003), Kiyoshi Kurosawa usaba las medusas como metáfora de la juventud: una belleza delicada, casi fantasmagórica, con una feroz carga eléctrica en su interior. En Tokio blues, Murakami logra encerrar esa medusa en un acuario transparente, dejando que despliegue sus movimientos más sutiles, y desvelando los peligros de esa electricidad latente. Tokio blues renuncia a las características derivas oníricas de Murakami para afirmarse como pariente lejana de esas lecturas iniciáticas por excelencia que son El guardián entre el centeno o las novelas de Herman Hesse.
La sensibilidad que captura Tokio blues posee una modulación inequívocamente japonesa, pero su esencia es universal y ha encontrado en el francés de origen vietnamita Tran Anh Hung un lector perfecto. Su adaptación podía haber caído en la afectación, en la pose -y, en ocasiones, parece que lo haga-, pero la manera en que su cámara acaricia, con el dorso de una mano invisible, la melancolía sentimental de sus personajes, con las tensiones estudiantiles de los sesenta como mero telón de fondo, demuestra que este preciosista, fiel y ambiciosoTokio blues en pantalla grande es tanto una prolongación del genio ejercitado en la incombustible Cyclo (1995) como una de las mejores lecturas posibles de una novela destinada a perdurar.
Norwegian Wood (This Bird Has Flown)
Madera Noruega (Esta chica ha volado)
Madera Noruega (Esta chica ha volado)
Una vez tuve a una chica,
¿o debería decir que ella una vez me tuvo?
Me enseñó su habitación,
¿no es bonita?, madera noruega.
Me pidió que me quedará y me dijo que me sentara en cualquier sitio
Así que miré alrededor y me di cuenta de que no había ninguna silla.
Me senté en una alfombra,
esperando mi momento, bebiendo su vino.
Hablamos hasta las dos
y luego dijo "es hora de irse a la cama"
Me dijo que trabajaba por la mañana y comenzó a reirse.
Le dije que yo no, y gatee hasta el cuarto de baño para dormir allí.
Y cuando desperté
estaba solo, la chica había volado.
Así que encendí un fuego,
¿no es bonito?, madera noruega.
McCartney dijo que Lennon de hecho quemó la casa de la muchacha:
“Peter Asher (hermano de su entonces novia Jane Asher) construyó su habitación de madera, y toda la gente estaba adornando su casa con madera. Madera Noruega. Esto era realmente pino, solo pino barato. Pero no era realmente un buen titulo, ya sabes "Pino Barato". Era un titulo paródico realmente, sobre esas chicas que cuando llegas a su departamento esta lleno de madera noruega. Esto era completamente imaginario desde mi punto de vista, pero no del de John. Se trataba de un drama que él tenía. Ella lo hizo dormir en el baño y a mi se me vino la idea de quemar la madera noruega. Ella lo llevó y dijo "más vale que duermas en el baño" y en nuestro mundo, eso significa que el chico tomaría algún tipo de revancha, así que eso significaba quemar el lugar.
Me gusta porque
suena el sitar, esa especie de guitarra, la primera vez que los Beatles lo usan, fruto de su viaje a la India. Es una canción hipnótica y extraña, como un mantra. La letra contradice hasta cierto punto lo que uno espera encontrar: paz y amor; en realidad es una canción sobre la seducción, chicas imposibles y el deseo de venganza
La novela está contada en forma de un largo y detallado flashback, a partir de la perspectiva de un hombre maduro (Toru Watanabe, trasunto en muchos aspectos del propio Murakami) que desde el presente de sus treinta y siete años, acuciado por el recuerdo de la canción de los Beatles que da título al libro, evoca su pasado. Esta mirada retrospectiva, inevitablemente elegíaca, tiñe todo el libro de una peculiar tonalidad emocional, con matices que abarcan desde lo trágico, por la presencia constante del leitmotiv del suicidio y el desequilibrio mental, hasta elementos de la estética posmoderna, como las referencias al mundo del jazz (por entre las páginas de la novela aparecen Bill Evans, Miles Davis, John Coltrane y tantos otros) y al pop de los sesenta, de importancia clave en la configuración de los personajes, especialmente el de Reiko.
Uno de los aspectos que probablemente explican el éxito internacional de esta novela, por otra parte muy japonesa por la finura de los detalles y la sensibilidad literaria del autor, es el medio en que se desarrolla, abrumadoramente urbano (salvo en el episodio que transcurre en el sanatorio rural donde convalece Naoko), en el que los cines, las tiendas, los bares de copas y de jazz, las residencias y comedores universitarios, las calles y paseos, los locales de comidas (estas últimas, tan importantes en la prosa de Murakami, según tengo entendido) adquieren una enorme relevancia. Curiosamente, y es uno de los aspectos de la novela que más me han gustado, este universo urbano tiene una textura poética, a veces casi lírica, muy sugestiva. No sé si se debe a la sutil atención a los detalles, o a la naturalidad y viveza con que Murakami los presenta o a la perspectiva desde la que lo contempla Toru Watanabe, pero el Tokio que pinta el novelista se hace próximo, cercano, sin que ello excluya en varios momentos una sensación muy distinta, la de una urbe gigantesca, anónima, del todo ajena a los sufrimientos y zozobras de los personajes.
Leyendo Tokio Blues no pude resistirme a traer a la imaginación los recuerdos del episodio tokiota de Babel, de Alejandro González Iñárritu, que tiene algo (o mucho) de la peculiar atmósfera murakamiana. Ahora bien, hay una calidez, una emoción y un elegante patetismo en Tokio Blues que yo no sentí en Babel, y que son los que compensan la enorme distancia cultural que media entre las experiencias de los jóvenes japoneses de finales de los años sesenta y las del lector europeo contemporáneo.
TOKIO BLUES (Haruki Murakami)
“Yo entonces tenía treinta y siete años y me encontraba a bordo de un Boeing 747. El gigantesco avión había iniciado el descenso atravesando unos espesos nubarrones y ahora se disponía a aterrizar en el aeropuerto de Hamburgo. La fría lluvía de noviembre teñía la tierra de gris y hacía que los mecánicos cubiertos con recios impermeables, las banderas que se erguían sobre los bajos edificios del aeropuerto, las vallas que anunciaban los BMW, todo, se asemejara al fondo de una melancólica pintura de la escuela flamenca."¡Vaya! ¡Otra vez
en Alemania”, pensé.
Tras completarse el aterrizaje, se apagaron las señales de "Prohibido fumar" y por los altavoces del techo empezó a sonar una música ambiental. Era una interpretación ramplona de Norwegian Wood de los Beatles. La melodía me conmovió, como siempre. No. En realidad, me turbó; me produjo una emoción mucho más violenta que de costumbre.”
………………………………….
Me lleva tiempo evocar su rostro. Y conforme vayan pasando los años, más tiempo me llevará. Es triste, pero cierto. Al principio era capaz de recordarla en cinco segundos, luego éstos se convirtieron en diez, en treinta segundos, en un minuto. El tiempo fue alargándose paulatinamente, igual que las sombras en el crepúsculo. Puede que pronto su rostro desaparezca absorbido por las tinieblas de la noche. Sí, es cierto. Mi memoria se está distanciando del lugar donde se hallaba Naoko. De la misma forma que se está distanciando del lugar donde estaba mi yo de entonces. Sólo el paisaje, aquella imagen del prado en octubre, vuelve una y otra vez a mi mente como la escena simbólica de una película. Aquel paisaje sigue sacudiendo, pertinaz, una parte de mi cabeza. «¡Vamos! ¡Arriba! ¡Aún estoy aquí! ¡Arriba! ¡Levántate y comprende! ¿Cuál es la razón de que todavía esté aquí?» No siento dolor. Únicamente el sonido hueco que acompaña cada patada. Pero también este eco se apagará algún día. Como se ha ido borrando, inexorablemente, lo demás. Con todo, a bordo de aquel avión en el aeropuerto de Hamburgo, la sacudida fue más fuerte, más prolongada que de costumbre. «¡Arriba! ¡Comprende!», decía. Por eso ahora estoy escribiendo. Soy de ese tipo de personas que no acaban de comprender las cosas hasta que las ponen por escrito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario