La edad de la inocencia (título original inglés: The Age of Innocence) es una novela de Edith Wharton publicada en 1920 y que fue galardonada en 1921 con elPremio Pulitzer. La acción de la novela transcurre en la alta sociedad neoyorquina de la década de 1870.
La edad de la inocencia se publicó dos veces: primero como folletín en la revista Pictorial Review, entre julio y octubre de 1920; y posteriormente como libro por D. Appleton and Company, tanto en Nueva York como en Londres. Recibió una cálida acogida; según Times Book Review era "un brillante panorama de la Nueva York de hace 45 años. La novela más solicitada en bibliotecas públicas y un best seller en librerías".
Edith Wharton, de soltera Edith Newbold Jones (Nueva York, 24 de enero de 1862 - Saint-Brice-sous-Forêt, Francia, 11 de agosto de 1937), fue una escritora ydiseñadora estadounidense.
Nacida en una aristócrata familia
neoyorquina, Wharton fue instruida desde muy pequeña para llegar a ser una
distinguida dama de la alta sociedad. Pero su apasionante vida la desvincula
completamente de ese destino. Casada por conveniencia, mantuvo una relación
amorosa clandestina que con toda seguridad fue el germen de esta novela
Un relato que explora la hipocresía social
del último tercio del siglo XIX en Nueva York, la doble moral de sus miembros más
privilegiados, y las normas no escritas que aprisionaban y finalmente
aniquilaban cualquier muestra de individualismo.
Es ‘La edad de la inocencia’ un certero e
implacable retrato de universo cerrado en sí mismo, cuyas leyes impiden la
natural expresión de los sentimientos y cuyos rastreros partícipes encuentran
placer en todo tipo de rumores y cotilleos, juzgando a los demás, metiéndose en
sus vidas y en sus relaciones personales.
Newland Archer , un abogado que personifica
al perfecto caballero neoyorquino, perteneciente a la aristocracia de la década
de los setenta del sigloXIX,
está a punto de casarse con May Welland cuando vuelve a ver a Ellen
Olenska y poco a poco se va enamorando de ella, sobre todo cuando la
ayuda en su complejo caso con su marido europeo, del cual, contra la opinión de
toda su familia, quiere divorciarse.
Archer es un hombre condicionado por una
obsesión casi neurótica, la que le ata a un amor imposible. Ellen, un poco más
práctica, se encargará a veces de hacerle comprender que no pueden estar
juntos, pues son demasiado diferentes para ser felices. Pero en esa
imposibilidad radica la extrema pasión y la fugaz efervescencia de una relación
trágica y arrolladora, sin la que no pueden vivir, pero por la que paralizan
sus vidas. En realidad, ella representa todo lo que el desearía, y viceversa.
Para él, Ellen es la libertad absoluta, por su valentía y su desprecio a las
normas. Pero para ella, él es lo que no puede tener, por su integración en un
mundo que ella venera con infantil afecto. Estar juntos significaría, a la
postre, vivir separados.
DE LA PELÍCULA
La edad de la inocencia (1993 Martin Scorsese
Scorsese explora una telaraña de ambiciones y
falsedades que no es tan diferente de sus microcosmos gangsteriles.
1. Por un lado, destacar con
precisión de cirujano, o mejor, de voyeur pertinaz, la abundancia y la
ostentación de unos privilegiados, para mostrar después con mayor contraste lo
miserables y lo abyectos que pueden llegar a ser.
2. Por otro, analizar los múltiples
objetos que Newland Archer observará y tocará con sus delicadas manos de
aristócrata, casi con febril ofuscación, con deleite.
Así, los detalles figurativos, el
atrezzo, los cuadros, cualquier elemento o rasgo del vestuario o de la
dirección artística, deviene parte fundamental de la mirada y la cámara de
Scorsese, que narra con una energía juvenil esta arrasada historia de amor.
Sabe moverse con cadencia, pero también con vértigo.
El montaje se convierte en una
herramienta emocional, y con su uso podemos acceder de una forma mucho más
nítida al interior anímico de los personajes. Siendo la película más “lenta” de
su director, no hay sensación de aburrimiento, porque por debajo de esa
placidez corren ríos tormentosos. Cualquier pensamiento o anhelo es utilizado
para un veloz corte de montaje, para mostrar las imágenes interiores que
atormentan a los personajes.
El trío protagonista es
insuperable. Daniel Day-Lewis es
el protagonista pasivo, incapaz de dar el paso con el que liberarse de la
sociedad que secretamente desprecia, y de irse con Ellen. Y hace un trabajo tan
formidable, contenido y elegante como era de esperar. Pfeiffer, a su vez, quizá haga la
interpretación de su vida. Y Winona Ryder, un año después de ‘Drácula de Bram Stoker’ (‘Bram
Stoker’s Dracula’, Coppola, 1992) vuelve a demostrar lo buena actriz que es.
Está perfecta como la tímida manipuladora que parece incapaz de matar una mosca
y que es la más artera de todos. Pero cada actor, pequeño que sea su papel,
está perfecto en esta telaraña que vendría a ser una suerte de lujosa mafia de
la que nadie puede escapar.
Fragmentos
-¿Se lo dijiste a mi prima Ellen? -preguntó
ella de pronto, como si hablara en sueños.
El pareció despertar, y recordó que no lo
había hecho. La invencible repugnancia que
sentía ante la idea de decírselo a la extraña desconocida
había frenado las palabras en su boca.
-No, no tuve ocasión de hacerlo -dijo, inventando
rápidamente una mentira.
-Ah -May estaba desilusionada, pero resuelta
a salir con la suya del modo más dulce-.
Entonces tienes que hacerlo, porque yo tampoco
se lo dije. Y no me gustaría que ella pensara...
-Claro que no. Pero, ¿no eres tú más bien
la persona adecuada para decírselo?
Ella reflexionó.
-Si lo hubiera hecho de inmediato, sí; pero
ahora que han pasado unas horas, creo que eres
tú quien debe explicarle que te pedí que se lo
dijeras en la ópera, antes de que lo supiera nadie
más. De otra forma podría pensar que me
olvidé de ella. Lo que pasa es que ella es parte
de la familia pero ha estado ausente tanto
tiempo que está un poco... sensible.
Archer la miró deslumbrado.
-¡Angel mío adorado! Por supuesto que se
lo diré -miró con cierta aprensión hacia el atestado
salón de baile-. Pero todavía no la he visto.
¿Habrá venido?
-No, a último minuto decidió no venir.
-¿A último minuto? -repitió él como en
un eco, traicionando su sorpresa de que May
pensara que podía venir.
-Sí. A ella le encanta bailar -contestó la joven
con sencillez-. Pero de súbito decidió que
su vestido no era lo suficientemente elegante
para un baile, aunque todos opinamos que era
precioso, y entonces mi tía tuvo que llevarla de
vuelta a casa.
-Entonces... -dijo Archer con indiferencia,
pero muy complacido.
Nada le gustaba más en su novia que su
resuelta determinación a llevar hasta su límite
aquel ritual en que ambos habían sido educados:
ignorar lo "desagradable".
"Ella sabe tan bien como yo -reflexionó
para sí- la verdadera razón de la ausencia de su
prima; pero jamás le mostraré el menor signo
de que estoy perfectamente consciente de que
hay una sombra de mancha en la reputación de
la pobre Ellen Olenska."
...............
El caso de la condesa Olenska removió viejas convicciones establecidas y las dejó navegando a la deriva entre sus pensamientos. Su propia exclamación: "las mujeres deben ser libres, tan libres como nosotros", tocaba la raíz de un problema que su propio mundo había decidido considerar inexistente. Una mujer "decente", aunque hubiera sido agraviada, jamás podría reclamar la clase de libertad de que él hablaba, y los hombres de corazón generoso como el suyo estarían caballerosamente dispuestos -en el calor de la discusión- a concedérsela. Tales generosidades verbales no eran de hecho más que un engañoso disfraz de las inexorables convenciones que ataban una cosa con otra y encerraban a todos dentro de los viejos moldes. Pero en este caso se veía comprometido a defender, por la prima de su novia, una conducta que, si se tratara de su propia esposa, lo obligaría a invocar contra ella todo el rigor de la Iglesia y del estado. Claro que se trataba de un dilema meramente hipotético; al no ser él no era un noble polaco y sinvergüenza, era absurdo especular acerca de cuáles serían los derechos de su espo- sa, si lo hubiera sido. Pero Newland Archer tenía demasiada imaginación como para no pensar que, en el caso suyo con May, la cuerda se cortaría por razones muchísimo menos vulgares y evidentes. ¿Qué podían saber uno del otro, si era su deber de muchacho "decente" ocultarle su pasado, y el de ella, como joven casadera, no tener pasado que esconder? ¿Qué pasaría si, por cualquiera de las razones más sutiles, se cansaban uno del otro, no se comprendían o se irritaban mutuamente? Pasó revista a los matrimonios de sus amigos -a los supuestamente más felices- y no vio ninguno que respondiera, ni remotamente, a la apasionada y tierna camaradería que él soñaba como relación permanente con May Welland.
....
a en tono vago "las cosas de la vida". Archer estaba enamorado sinceramente, pero con gran placidez. Le encantaba la radiante belleza de su novia, su buena salud, sus dotes de equitadora, su gracia y viveza en los juegos, y el tímido interés en libros e ideas que comenzaba a desarrollar guiada por él.
..................
Ella seguía mirándolo pensativa, como para no perder ningún matiz de sus palabras. - ¿Piensas, entonces, que hay un límite? -¿Para estar enamorado? ¡Si lo hay, no lo he encontrado! Ella irradió comprensión. -Ah -dijo-, ¿es real y verdaderamente un romance? -¡El más romántico de los romances! -¡Qué encantador! ¿Y lo descubrieron ustedes solos?, ¿no fue arreglado por nadie? Archer la miró con incredulidad, y le preguntó sonriendo: -¿Te olvidas de que en nuestro país no permitimos que nadie arregle nuestros matrimonios? Un encendido rubor cubrió las mejillas de la condesa, y Archer lamentó al instante sus palabras. -Sí -repuso ella-, lo había olvidado. Tienes que perdonarme si a veces cometo estos errores. No siempre me acuerdo de que todo lo que era malo allá donde vivía, aquí es bueno. Bajó la mirada y la fijó en su abanico vienés de plumas de águila, y él vio que sus labios temblaban. -Lo siento -le dijo impulsivamente-, pero ahora estás entre amigos, no olvides eso. -Sí, ya lo sé. Lo advierto en todas partes donde voy. Por eso regresé. Quiero olvidar todo lo demás, ser una verdadera americana otra vez, como los Mingott y los Welland, y tú y tu encantadora madre, y toda esta gente cariñosa que veo aquí esta noche. Ah, allá viene May, y querrás correr a su lado -agregó, pero sin mo- verse; y sus ojos se apartaron de la puerta y se posaron en el rostro del joven. Los salones comenzaban a llenarse con la llegada de los invitados a la recepción después de la cena; siguiendo la mirada de madame Olenska, Archer vio entrar a May Welland con su madre. Con su vestido blanco plateado, con una corona de capullos plateados en el pelo, la esbelta muchacha parecía una Diana en el ardor de la cacería. -Oh -dijo Archer-, tengo demasiados rivales, ya la tienen rodeada. Le están presentando al duque. -Entonces, quédate conmigo un poquito más -dijo madame Olenska en tono bajo, rozando la rodilla del joven con su abanico de plumas. Fue un roce muy leve, pero lo emocionó como si fuera una caricia.
---
La condesa los acogió con su sonrisa seria, y Archer, sintiendo la mirada admonitoria de su anfitrión clavada en él, se levantó y cedió su asiento. Madame Olenska retuvo su mano como si se despidiera de él. -Mañana, entonces, después de la cinco, te estaré esperando -dijo, y luego se volvió para hacer lugar a Mr. Dagonet. -Mañana -se oyó repetir Archer, aunque no había ninguna cita, y durante la charla ella no le dio la menor muestra de que deseaba verlo otra vez.
...............
El caso de la condesa Olenska removió viejas convicciones establecidas y las dejó navegando a la deriva entre sus pensamientos. Su propia exclamación: "las mujeres deben ser libres, tan libres como nosotros", tocaba la raíz de un problema que su propio mundo había decidido considerar inexistente. Una mujer "decente", aunque hubiera sido agraviada, jamás podría reclamar la clase de libertad de que él hablaba, y los hombres de corazón generoso como el suyo estarían caballerosamente dispuestos -en el calor de la discusión- a concedérsela. Tales generosidades verbales no eran de hecho más que un engañoso disfraz de las inexorables convenciones que ataban una cosa con otra y encerraban a todos dentro de los viejos moldes. Pero en este caso se veía comprometido a defender, por la prima de su novia, una conducta que, si se tratara de su propia esposa, lo obligaría a invocar contra ella todo el rigor de la Iglesia y del estado. Claro que se trataba de un dilema meramente hipotético; al no ser él no era un noble polaco y sinvergüenza, era absurdo especular acerca de cuáles serían los derechos de su espo- sa, si lo hubiera sido. Pero Newland Archer tenía demasiada imaginación como para no pensar que, en el caso suyo con May, la cuerda se cortaría por razones muchísimo menos vulgares y evidentes. ¿Qué podían saber uno del otro, si era su deber de muchacho "decente" ocultarle su pasado, y el de ella, como joven casadera, no tener pasado que esconder? ¿Qué pasaría si, por cualquiera de las razones más sutiles, se cansaban uno del otro, no se comprendían o se irritaban mutuamente? Pasó revista a los matrimonios de sus amigos -a los supuestamente más felices- y no vio ninguno que respondiera, ni remotamente, a la apasionada y tierna camaradería que él soñaba como relación permanente con May Welland.
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a en tono vago "las cosas de la vida". Archer estaba enamorado sinceramente, pero con gran placidez. Le encantaba la radiante belleza de su novia, su buena salud, sus dotes de equitadora, su gracia y viveza en los juegos, y el tímido interés en libros e ideas que comenzaba a desarrollar guiada por él.
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Ella seguía mirándolo pensativa, como para no perder ningún matiz de sus palabras. - ¿Piensas, entonces, que hay un límite? -¿Para estar enamorado? ¡Si lo hay, no lo he encontrado! Ella irradió comprensión. -Ah -dijo-, ¿es real y verdaderamente un romance? -¡El más romántico de los romances! -¡Qué encantador! ¿Y lo descubrieron ustedes solos?, ¿no fue arreglado por nadie? Archer la miró con incredulidad, y le preguntó sonriendo: -¿Te olvidas de que en nuestro país no permitimos que nadie arregle nuestros matrimonios? Un encendido rubor cubrió las mejillas de la condesa, y Archer lamentó al instante sus palabras. -Sí -repuso ella-, lo había olvidado. Tienes que perdonarme si a veces cometo estos errores. No siempre me acuerdo de que todo lo que era malo allá donde vivía, aquí es bueno. Bajó la mirada y la fijó en su abanico vienés de plumas de águila, y él vio que sus labios temblaban. -Lo siento -le dijo impulsivamente-, pero ahora estás entre amigos, no olvides eso. -Sí, ya lo sé. Lo advierto en todas partes donde voy. Por eso regresé. Quiero olvidar todo lo demás, ser una verdadera americana otra vez, como los Mingott y los Welland, y tú y tu encantadora madre, y toda esta gente cariñosa que veo aquí esta noche. Ah, allá viene May, y querrás correr a su lado -agregó, pero sin mo- verse; y sus ojos se apartaron de la puerta y se posaron en el rostro del joven. Los salones comenzaban a llenarse con la llegada de los invitados a la recepción después de la cena; siguiendo la mirada de madame Olenska, Archer vio entrar a May Welland con su madre. Con su vestido blanco plateado, con una corona de capullos plateados en el pelo, la esbelta muchacha parecía una Diana en el ardor de la cacería. -Oh -dijo Archer-, tengo demasiados rivales, ya la tienen rodeada. Le están presentando al duque. -Entonces, quédate conmigo un poquito más -dijo madame Olenska en tono bajo, rozando la rodilla del joven con su abanico de plumas. Fue un roce muy leve, pero lo emocionó como si fuera una caricia.
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La condesa los acogió con su sonrisa seria, y Archer, sintiendo la mirada admonitoria de su anfitrión clavada en él, se levantó y cedió su asiento. Madame Olenska retuvo su mano como si se despidiera de él. -Mañana, entonces, después de la cinco, te estaré esperando -dijo, y luego se volvió para hacer lugar a Mr. Dagonet. -Mañana -se oyó repetir Archer, aunque no había ninguna cita, y durante la charla ella no le dio la menor muestra de que deseaba verlo otra vez.