Sinopsis
Muy pocas veces alguien se atrevió a recomendar tan fervientemente una novela. «Merece vender más ejemplares que la Biblia», afirmó Rebel Inc., una insolente revista literaria escocesa. De inmediato celebrada por los críticos más estrictos pero leída también por aquellos que raramente se acercan a los libros, "Trainspotting" se convirtió en uno de los acontecimientos literarios y también extraliterarios de la última década. Fue rápidamente adaptada al teatro y luego llevada a la pantalla por Danny Boyle, uno de los jóvenes prodigio del cine inglés. Sus protagonistas son un grupo de jóvenes desesperadamente realistas, ni se les ocurre pensar en el futuro: saben que nada o casi nada va a cambiar, habitantes del otro Edimburgo, el que no aparece en los famosos festivales, capital europea del sida y paraíso de la desocupación, la miseria y la prostitución, embarcados en una peripecia vital cuyo combustible es la droga, «el elixir que les da la vida, y se la quita». Welsh escribe en el áspero, colorido, vigoroso lenguaje de las calles. Y entre pico y pico, entre borracheras y fútbol, sexo y rock and roll, la negra picaresca, la épica astrosa de los que nacieron en el lado duro de la vida, de los que no tienen otra salida que escapar, o amortiguar el dolor de existir con lo primero que caiga en sus manos.
ENTREVISTA:IRVINE WELSH | ESCRITOR
"Antes prohibían 'Trainspotting' y ahora es lectura obligada en clase
"entrevista
ENTREVISTA:IRVINE WELSH | ESCRITOR
"Antes prohibían 'Trainspotting' y ahora es lectura obligada en clase"
Gijón
No es fácil labrarse una sólida carrera de escritor cuando tu primera novela se convierte en obra de referencia para una generación. Y menos cuando ésta es la llamada Generación E (de éxtasis). Trainspotting, escrito por Irvine Welsh en 1993, fue más que un bombazo editorial. Fue el retrato de una juventud hija de la clase trabajadora pero mucho más interesada en pasárselo bien que en trabajar. Y también fue la demostración de que a esa generación le quedaba algo de su malgastado tiempo para leer. Vendió más de un millón de ejemplares sólo en Reino Unido, se tradujo a más de 30 idiomas y sigue siendo hoy -¿quién hará estos estudios?- el libro más robado de la historia en las librerías británicas.
Pero el tiempo pasa. "Voy a ser igual que vosotros", decía un Renton redimido al final de la película, dirigida por Danny Boyle en 1996, que acabó de convertir Trainspotting en un fenómeno. "El trabajo, la familia, el televisor grande que te cagas, la lavadora, el coche, equipos de compact disc y abrelatas eléctricos".
Welsh, igual que su personaje, acabó eligiendo la vida. Hoy tiene 50 años y una mujer -la segunda- de 28. Vive en invierno en Miami y en verano en Dublín. Es rico, bebe té verde y monta a caballo. Ha escrito otros nueve libros y ha dirigido su primer largometraje, Good arrows, que se estrenó en enero en la televisión inglesa. Dejó la heroína. Ya no acepta invitaciones para pinchar en Ibiza y ha rechazado diversas ofertas de participar en reality shows de famosos venidos a menos. Eso sí, mantiene su abono de temporada para ver a los Hibs, su equipo de siempre, y cuando puede se corre una juerga con sus viejos amigos de Edimburgo. Hoy, para redondear la paradoja, Trainspotting se lee en institutos y universidades británicas. "Es gracioso", dice Welsh. "Antes les prohibían leerlo y ahora les obligan". Welsh (Edimburgo, 1957) lleva un par de días en Gijón y ya luce una camiseta del Sporting. Acaba de publicar en su país una nueva novela, Crime. Pero lo que llega a las librerías estos días en España es su libro de relatos de 2007 Si te gustó la escuela, te encantará el trabajo (Anagrama). El primer libro de relatos que escribe después de The acid house. Anoche ofreció una lectura de fragmentos de Crime en el marco del V Festival de Spoken Word Palabra y Música, que se celebra este fin de semana simultáneamente en Gijón y en Sevilla, ciudad en la que ofrecerá esa misma lectura esta noche.
Cuando se acaban de cumplir 15 años de la publicación de Trainspotting, Welsh asegura que está trabajando en una precuela de aquel primer libro. "Es irónico", reconoce. "Un hombre de 50 años revisando un material escrito por un tipo de 28 años sobre alguien de 21". Welsh, evidentemente, no es el mismo. A principios de los noventa, Irvine Welsh era un joven más de un Edimburgo con las calles llenas de desempleados y de heroína. Nacido en Leith, un duro barrio portuario, de un padre que trabajaba en el puerto y una madre camarera, dejó la escuela a los 16 años y entró de aprendiz en una tienda de reparación de televisores. Atraído por la escena punk, una noche de 1978, borracho, se metió en un autobús a Londres y estuvo allí viviendo en squats y tocando en bandas con nombres como El Piojo Público. A su regreso a Edimburgo acabó enganchado a la heroína durante dos años y medio. "Es algo de lo que me arrepiento, fue una época dura para mí y para los que me rodeaban", recuerda. "Estaba pasando un duelo. Acababa de morir mi padre, y salía de un fracaso amoroso. Quería liberarme, y acabé metido en la heroína. Pero supongo que logré que aquella experiencia funcionara para mí en un modo positivo".
Preguntado sobre cuál de los rasgos de su identidad le marca más, sigue pensando lo mismo: "La clase". "La británica es una sociedad muy movida por las clases", explica. "Y crecer en una ciudad como Edimburgo, muy dividida entre lo muy rico y lo muy pobre, tiene un gran impacto en uno"."La británica es una sociedad muy movida por las clases"
La opinión de nuestros inspiradores