EDUARDO GALEANO
LITERATURA Y COMPROMISO
LOS NADIES EDUARDO GALEANO
Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pié derecho, o empiecen el año cambiando de escoba.
Los nadies: los hijos de los nadies, los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos:
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones, sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local.
Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.
(Por detrás, escribe un cuento comprometido, en defensa de una causa)
1) BIOGRAFÍA
Eduardo Germán María Hughes Galeano,
nació en Montevideo, Uruguay, el 3 de septiembre de 1940. En 1960 inició su
carrera periodística como editor de la que sería la mítica revista Marcha. Tras
el golpe de Estado de 1973 fue encarcelado y tuvo que exiliarse a Argentina.
Publicó "Las venas abiertas de América Latina", libro que marcaría
varias generaciones, y que fue censurado por las dictaduras militares de
Uruguay, Argentina y Chile. Esta obra proponía una historia de América Latina
en clave de descolonización, lo que en ese entonces era impensable en los
discursos dominantes. En Argentina fundó la revista cultural Crisis.
En 1976 fue añadido a la lista de los
condenados del escuadrón de la muerte de Videla por lo que tuvo que marcharse
de nuevo, esta vez a España, donde escribió la trilogía Memoria del fuego (un
repaso por la historia de Latinoamérica). Regresó
a Montevideo en 1985. Con otros escritores, como Mario Benedetti, y periodistas
de Marcha, fundaron el semanario Brecha.
Entre 1987 y 1989, integró la "Comisión Nacional Pro
Referéndum", constituida para revocar la Ley
de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado, promulgada en diciembre de 1986 para impedir el juzgamiento
de los crímenes cometidos durante la dictadura militar en su país (1973-1985).
En 2004, Galeano apoyó la victoria de la alianza Frente Amplio y de Tabaré Vázquez. Escribe un artículo en el que menciona que la gente votó utilizando el
sentido común.
En 2005, Galeano, junto a intelectuales de izquierda como Tariq
Aliy Adolfo Pérez Esquivel se unen al comité consultivo de la reciente cadena de
televisión latinoamericana TeleSUR. En México colaboró para el periódico La Jornada.
Fue investido Doctor Honoris Causa de la
Universidad de La Habana, de El Salvador, la Universidad Veracruzana de México,
la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina, la Universidad de Buenos Aires,
y la Universidad de Guadalajara, México.
Murió el 13 de abril de 2015, en Montevideo.
2) OBRA LITERARIA.
Las
venas abiertas de América Latina (1971) es su obra más conocida,
un acta de acusación de la explotación de Latinoamérica por poderes extranjeros
a partir del siglo XV.
Memoria del fuego, obra ampliamente aclamada por los críticos, es un relato de la historia de América dividido en tres tomos. Sus personajes son figuras históricas, generales, artistas, revolucionarios, obreros, conquistadores y conquistados, quienes son presentados en episodios breves que reflejan a su vez la historia colonial del continente.
Ha sido galardonado con el Premio Casa de las Américas en dos ocasiones: en 1975 con la novela La canción de nosotros, y en 1978 con Días y noches de amor y de guerra, de género testimonial.
Junto su obra como periodista desarrolló una obra más narrativa, siempre comprometida y llamada a la reflexión. Destacan la novela corta "Los días siguientes" (1963) a los relatos contenidos en "Vagamundo" (1973). Eduardo Galeano es un maestro del relato corto o microrrelato género qu cultivo ampliamente en su madurez y en el que caben destacar los siguientes títulos: "El libro de los abrazos" 1989, Las palabras andantes 1993, El fútbol a sol y sombra 1995, Las aventuras de los dioses 1995, Patas arriba. La escuela del mundo al revés 1998, Bocas del Tiempo 2004, Espejos, Una historia casi universal 2008, Los hijos de los días 2011, Mujeres – antología 2015 y su obra póstuma El cazador de historias 2016. La obra de Eduardo Galeano nos llama a establecer un frente común contra la pobreza, la miseria moral y material. Sus trabajos trascienden géneros ortodoxos, combinando documental, ficción, periodismo, análisis político e historia.
Memoria del fuego, obra ampliamente aclamada por los críticos, es un relato de la historia de América dividido en tres tomos. Sus personajes son figuras históricas, generales, artistas, revolucionarios, obreros, conquistadores y conquistados, quienes son presentados en episodios breves que reflejan a su vez la historia colonial del continente.
Ha sido galardonado con el Premio Casa de las Américas en dos ocasiones: en 1975 con la novela La canción de nosotros, y en 1978 con Días y noches de amor y de guerra, de género testimonial.
Junto su obra como periodista desarrolló una obra más narrativa, siempre comprometida y llamada a la reflexión. Destacan la novela corta "Los días siguientes" (1963) a los relatos contenidos en "Vagamundo" (1973). Eduardo Galeano es un maestro del relato corto o microrrelato género qu cultivo ampliamente en su madurez y en el que caben destacar los siguientes títulos: "El libro de los abrazos" 1989, Las palabras andantes 1993, El fútbol a sol y sombra 1995, Las aventuras de los dioses 1995, Patas arriba. La escuela del mundo al revés 1998, Bocas del Tiempo 2004, Espejos, Una historia casi universal 2008, Los hijos de los días 2011, Mujeres – antología 2015 y su obra póstuma El cazador de historias 2016. La obra de Eduardo Galeano nos llama a establecer un frente común contra la pobreza, la miseria moral y material. Sus trabajos trascienden géneros ortodoxos, combinando documental, ficción, periodismo, análisis político e historia.
3) CUENTOS.
LOS NADIES EDUARDO GALEANO
Sueñan las pulgas con comprarse un perro
y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto
la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no
llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la
buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano
izquierda, o se levanten con el pié derecho, o empiecen el año cambiando de
escoba.
Los nadies: los hijos de los nadies, los
dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los
ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos:
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones, sino
supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos, sino recursos
humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal,
sino en la crónica roja de la prensa local.
Los nadies, que cuestan menos que la bala
que los mata.
Los
Juegos del Tiempo Eduardo Galeano
Dizquedicen que había una vez dos amigos
que estaban contemplando un cuadro. La pintura, obra de quién sabe quién, venía
de China. Era un campo de flores en tiempo de cosecha.
Uno de los dos amigos, quién sabe por
qué, tenía la vista clavada en una mujer, una de las muchas mujeres que en el
cuadro recogían amapolas en sus canastas. Ella llevaba el pelo suelto, llovido
sobre los hombros.
Por fin ella le devolvió la mirada, dejó
caer su canasta, extendió los brazos y, quién sabe cómo, se lo llevó.
El se dejó ir hacia quién sabe dónde, y
con esa mujer pasó las noches y los días, quién sabe cuántos, hasta que un
ventarrón lo arrancó de allí y lo devolvió a la sala donde su amigo seguía
plantado ante el cuadro.
Tan brevísima había sido aquella
eternidad que el amigo ni se había dado cuenta de su ausencia. Y tampoco se había
dado cuenta de que esa mujer, una de las muchas mujeres que en el cuadro
recogían amapolas en sus canastas, llevaba, ahora, el pelo atado en la nuca.
Celebración de la fantasía Eduardo Galeano
Fue a la entrada del pueblo de
Ollantaytambo, cerca del Cuzco. Yo me había despedido de un grupo de turistas y
estaba solo, mirando de lejos las ruinas de piedra, cuando un niño del lugar,
enclenque, haraposo, se acercó a pedirme que le regalara una lapicera. No podía
darle la lapicera que tenía, por que la estaba usando en no sé que aburridas
anotaciones, pero le ofrecí dibujarle un cerdito en la mano.
Súbitamente, se corrió la voz. De buenas a primeras
me encontré rodeado de un enjambre de niños que exigían, a grito pelado, que yo
les dibujara bichos en sus manitas cuarteadas de mugre y frío, pieles de cuero
quemado: había quien quería un cóndor y quién una serpiente, otros preferían
loritos o lechuzas y no faltaba los que pedían un fantasma o un dragón.
Y entonces, en medio de aquel alboroto,
un desamparadito que no alzaba mas de un metro del suelo, me mostró un reloj
dibujado con tinta negra en su muñeca:
-Me lo mandó un tío mío, que vive en Lima
-dijo
-Y anda bien -le pregunté -Atrasa
un poco -reconoció.
La
dignidad y el arte Eduardo Galeano
Yo escribo para quienes no pueden leerme.
Los de abajo, los que esperan desde hace siglos en la cola de la historia, no
saben leer o no tienen con qué.
Cuando me viene el desánimo, me hace bien recordar una lección de
dignidad del arte que recibí hace años, en un teatro de Asis, en Italia.
Habíamos ido con Helena a ver un espectáculo de pantomima, y no había nadie.
Ella y yo éramos los únicos espectadores. Cuando se apagó la luz, se nos
sumaron el acomodador y la boletera. Y, sin embargo, los
actores, más numerosos que el público, trabajaron aquella noche como si
estuvieran viviendo la gloria de un estreno a sala repleta. Hicieron su tarea
entregándose enteros, con todo, con alma y vida; y fue una maravilla.
Nuestros aplausos retumbaron en la soledad de la sala. Nosotros
aplaudimos hasta despellejarnos las manos.
El
crimen perfecto Eduardo
Galeano.
En Londres, es así: los radiadores
devuelven calor a cambio de las monedas que reciben. Y en pleno invierno
estaban unos exiliados latinoamericanos tiritando de frío, sin una sola moneda
para poner a funcionar la calefacción de su apartamento.
Tenían los ojos clavados en el radiador,
sin parpadear. Parecían devotos ante el tótem, en actitud de adoración; pero
eran unos pobres náufragos meditando la manera de acabar con el Imperio
Británico. Si ponían monedas de lata o cartón, el radiador funcionaría, pero el
recaudador encontraría, luego, las pruebas de la infamia.
¿Qué hacer?, se preguntaban los
exiliados. El frío los hacía temblar como malaria. Y en eso, uno de ellos lanzó
un grito salvaje, que sacudió los cimientos de la civilización occidental. Y
así nació la moneda de hielo, inventada por un pobre hombre helado.
De inmediato, pusieron manos a la obra.
Hicieron moldes de cera, que reproducían las monedas británicas a la
perfección; después llenaron de agua los moldes y los metieron en el
congelador.
Las monedas de hielo no dejaban huellas,
porque las evaporaba el calor.
Y así, aquel apartamento de Londres se
convirtió en una playa del mar Caribe.
El
carpintero Eduardo
Galeano.
Orlando Goicoechea reconoce las maderas
por el olor, de qué árboles vienen, qué edad tienen, y oliéndolas sabe si
fueron cortadas a tiempo o a destiempo y les adivina los posibles
contratiempos.
El es carpintero desde que hacía sus
propios juguetes en la azotea de su casa del barrio de Cayo Hueso. Nunca tuvo
máquinas ni ayudantes. A mano hace todo lo que hace, y de su mano nacen los
mejores muebles de La Habana: mesas para comer celebrando, camas y sillas que
te da pena levantarte, armarios donde a la ropa le gusta quedarse.
Orlando trabaja desde el amanecer. Y
cuando el sol se va de la azotea, se encierra y enciende el video. Al cabo de
tantos años de trabajo, Orlando se ha dado el lujo de comprarse un video, y ve
una película tras otra.
No sabía que eras loco por el cine le
dice un vecino.
Y Orlando le explica que no, que a él el
cine ni le va ni le viene, pero gracias al video puede detener las películas
para estudiar los muebles.
Terapia Intensiva Eduardo Galeano.
Lo encontraron en su casa de Buenos
Aires, caído en el suelo, desmayado, respirando apenitas. Mario Benedetti había
sufrido el más feroz ataque de asma de toda su vida.
En el Hospital Alemán, el oxígeno y las
inyecciones lo devolvieron, poquito a poco, al mundo, o a algún otro planeta
más o menos parecido. Cuando alzaba los párpados, veía muñequitos que bailaban,
tomados de la mano, en la remota pared, y entonces volvía a sumergirse en un
silencio asueñado y ausente. Estaba molido. Había sido aporreado por Joe Louis,
Rocky Marciano y Cassius Clay, todos a la vez, aunque él nunca les había hecho
nada.
Escuchó voces. Las voces iban y venían,
se acercaban, se alejaban, y en alemán decían algo así como mal, mal, lo veo
muy mal; un caso difícil, difícil; quién sabe si pasa de esta noche. Mario
abrió un ojo y no vio muñequitos. Vio unas túnicas blancas, al pie de su cama.
Con voz de bandera arriada, preguntó:
—¿Tan grave estoy?
Lo preguntó en perfecto alemán. Y uno de
los médicos se indignó:
—¿Y usted por qué habla alemán, si se
llama Benedetti?
El ataque de risa lo curó del ataque de
asma y le salvó la vida.
Puntos de vista Eduardo Galeano.
Desde el punto de vista del sur, el verano
del norte es invierno.
Desde el punto de vista de una lombriz,
un plato de espaguetis es una orgía.
Donde los hindúes ven una vaca sagrada,
otros ven una gran hamburguesa.
Desde el punto de vista de Hipocrates,
Galeno, Maimonides y Paracelso,
existía una enfermedad llamada
indigestión, pero no existía una enfermedad llamada hambre.
Desde el punto de vista de sus vecinos
del pueblo de Cardona, el Toto Zaugg, que andaba con la misma ropa en verano y
en invierno, era un hombre admirable:
-El Toto nunca tiene frío -decían.
El no decía nada. Frío tenia, pero no
tenia abrigo.
Desde el punto de vista del búho, del
murciélago, del bohemio y del ladrón, el crepúsculo es la hora del desayuno.
La lluvia es una maldición para el
turista y una buena noticia para el campesino.
Desde el punto de vista del nativo, el
pintoresco es el turista.
Desde el punto de vista de los indios de
las islas del mar Caribe, Cristóbal Colon, con su sombrero de plumas y su capa
de terciopelo rojo, era un papagayo de dimensiones jamás vistas.
Desde el punto de vista del oriente del
mundo, el día del occidente es noche.
En la India, quienes llevan luto visten
de blanco.
En la Europa antigua, el negro, color de
la tierra fecunda, era el color de la vida, y el blanco, color de los huesos,
era el color de la muerte.
Según los viejos sabios de la región
colombiana del Choco, Adán y Eva eran negros y negros eran sus hijos Cain y
Abel. Cuando Cain mato a su hermano de un garrotazo, tronaron las iras de Dios.
Ante las furias del señor, el asesino palideció de culpa y miedo, y tanto
palideció que blanco quedo hasta el fin de sus días. Los blancos somos, todos,
hijos de Cain.
Si Eva hubiera escrito el Génesis, ¿como
seria la primera noche de amor del genero humano? Eva hubiera empezado por
aclarar que ella no nació de ninguna costilla, ni conoció a ninguna serpiente,
ni ofreció manzanas a nadie, y que Dios nunca le dijo que parirás con dolor y
tu marido te dominara. Que todas esas son puras mentiras que Adán contó a la
prensa.
Si las Santas Apostolas hubieran escrito
los Evangelios, ¿como seria la primera noche de la era cristiana?
San José, contarían las Apostalas, estaba
de mal humor. El era el único que tenia cara larga en aquel pesebre donde el
niño Jesús, recién nacido, resplandecía en su cuna de paja. Todos sonreían: la
Virgen María, los angelitos, los pastores, las ovejas, el buey, el asno, los
magos venidos del Oriente y la estrella que los había conducido hasta Belén de
Judea.
Todos sonreían, menos uno. San José,
sombrío, murmuro:
-Yo quería una nena.
En la selva, ¿llaman ley de la ciudad a
la costumbre de devorar al mas débil?
Desde el punto de vista de un pueblo
enfermo, ¿que significa la moneda sana?
La venta de armas es una buena noticia
para la economía, pero no es tan buena para sus difuntos.
Desde el punto de vista del presidente
Fujimori, esta muy bien asaltar al Poder Legislativo y al Poder Judicial,
delitos que fueron premiados con su reelección, pero esta muy mal asaltar una
embajada, delito que fue castigado con una aplaudida carnicería.
La creación
Eduardo Galeano.
La mujer y el hombre soñaban que Dios los
estaba soñando. Dios los soñaba mientras cantaba y agitaba sus maracas,
envuelto en humo de tabaco, y se sentía feliz y también estremecido por la duda
y el misterio.
Los indios makiritare saben que si dios
sueña con comida, fructifica y da de comer. Si Dios sueña con la vida, nace y
da nacimiento.
La mujer y el hombre soñaban que en el
sueño de Dios aparecía un gran huevo brillante. Dentro del huevo, ellos cantaban
y bailaban y armaban mucho alboroto, porque estaban locos de ganas de nacer.
Soñaban que en el sueño de Dios la alegría era más fuerte que la duda y el
misterio; y Dios, soñando creaba, y cantando decía:
Rompo este huevo y nace la mujer y nace
el hombre. Y juntos vivirán y morirán. Pero nacerán nuevamente. Nacerán y
volverán a morir y otra vez nacerán. Y nunca dejarán de nacer, porque la muerte
es mentira.
(
del libro Memorias del fuego)
El
jugador Eduardo
Galeano.
Aquel no era un domingo cualquiera del
año 67. Era un domingo de clásico. El club Santa Fé definía el campeonato
contra el Millonarios, y toda la ciudad de Bogotá estaba en las tribunas del
estadio. Fuera del estadio, no había nadie que no fuera paralítico o ciego.
Ya el partido estaba terminando en
empate, cuando en el minuto 88 un delantero desl Santafé, Omar Lorenzo Devanni,
cayó en el área, y el árbitro pitó penal. Devanni se levantó, perplejo: aquello
era un error, nadie lo había tocado, él había caído porque había tropezado.
Los jugadores del Santafé llevaron a
Devanni en andas hasta el tiro penal. Entre los tres palos, palos de horca, el
arquero aguardaba la ejecución. El estadio rugía, se venía abajo.
Y entonces Devanni colocó la pelota sobre
el punto blanco, tomó impulso y con todas asus fuerzas disparó muy afuera, bien
lejos. (inédito en libros)
La
función del arte/ 1 Eduardo
Galeano
Diego no conocía la mar. El padre,
Santiago Kovadloff, lo llevó a descubrirla.
Viajaron al sur. Ella, la mar, estaba más
allá de los altos médanos, esperando.
Cuando el niños y su padres alcanzaron
por fin aquellas cumbres de arena, después de mucho caminar, la mar estalló
ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad de la mar, y tanto su fulgor, que el
niño quedó mudo de hermosura.
Y cuando por fin consiguió hablar,
temblando, tartamudeando, pidió a su padre:
¡Ayúdame a mirar! (El
libro de los abrazos)
La
historia del arte Eduardo
Galeano
Un buen día la alcaldía le encargó un
gran caballo para una plaza de la ciudad. Un camión trajo al taller el bloque
gigante de granito. El escultor empezó a trabajarlo, subió a una escalera, a
golpes de martillo y cincel. Los niños lo miraban hacer.
Entonces los niños partieron de
vacaciones, rumbo a las montañas o el mar. Cuando regresaron, el escultor les
mostró el caballo terminado. Y uno de los niños, con ojos muy abiertos, le
preguntó:
-Pero... ¿Cómo sabías que adentro de
aquella piedra había un caballo?
(Días
y noches de amor y de guerra)
El
peligro Eduardo Galeano
La A tiene las piernas abiertas
La M es un subibaja que va y viene entre
el cielo y el infierno.
LA O círculo cerrado, te asfixia.
La R está notoriamente embarazada.
-Todas las letras de la palabra AMOR son
peligrosas- comprueba Romy Díaz- Perera.
Cuando las palabras salen de la boca, ella
las ve dibujadas en el aire. (Las palabras andantes)
Fábricas
Eduardo
Galeano
Corría el año 1964. Y el dragón del
comunismo internacional abría sus siete fauces para comerse a Chile.
La publicidad, sobre todo la publicidad
en la televisión, bombardeaba a los chilenos mostrando imágenes de iglesias
quemadas, de tanques rusos, de guerrilleros barbudos que secuestraban a los
niños y se los llevaban lejos.
Y hubo elecciones. Y el miedo venció.
Y Salvador Allende, el candidato
derrotado me contó qué era lo que más le había dolido de esa experiencia
dolorosa.
La empleada de la casa de al lado, la
casa de al lado de su casa, en el barrio de Providencia, era una pobre mujer
que trabajaba veinte horas por día ocupándose de los niños, lavando y
planchando la ropa, fregando, haciendo la comida... del día a la noche
trabajando sin parar, esa pobre mujer que había envuelto su ropa en una bolsa
de plástico y la había enterrado en el jardín, porque tenía miedo de que si
ganaban los Rojos le expropiaran su propiedad.
Seguridad
Eduardo Galeano
Durmiendo nos vio. En el sueño de Elena
estábamos los dos haciendo fila con muchos otros pasajeros en algún aeropuerto,
quién sabe cual, porque todos los aeropuertos son más o menos todos iguales. Y
cada pasajero llevaba una almohada bajo el brazo. Rumbo a una máquina, que nos
esperaba, pasaban las almohadas bajo la máquina y la máquina leía los sueños de
la noche anterior.
Era una máquina detectora de sueños
peligrosos para el orden público.
Invasión
Eduardo
Galeano
Tiene pánico a la invasión el país que
nadie ha invadido jamás, y que sin embargo tiene la mala costumbre de invadir a
los demás.
En los años 80, el peligro se llamaba
Nicaragua.
El presidente Ronald Reagan asustaba a la
población. Y denunciaba el ¡inminente peligro, la amenaza! de la invasión que
iba corriéndose desde América Central, México, vía Texas entrando en los
Estados Unidos y apoderándose del país... mientras a espaldas del presidente un
mapa mostraba esa Gran mancha roja que avanzaba.. La teleaudiencia espantada no
tenía la menor idea de dónde quedaba Nicaragua... Ni sabía que ese pobre país había
sido arrasado por una dictadura de medio siglo, fabricada en Washington. Y
después, por un terremoto que no dejó nada en pie...
Y esa teleaudiencia asustadísima, tampoco
sabía que ese «País Feroz» tenía en total cinco ascensores y una sola escalera mecánica,
que no funcionaba.
El
Héroe Eduardo
Galeano
Desde siempre, las mariposas y los
flamencos y las golondrinas y las ballenas y los salmones viajan miles de
leguas por los libres caminos del aire y del agua.
No son libres en cambio, los caminos del
éxodo humano. Inmensas caravanas andan por el mundo, caravanas de fugitivos de
la vida imposible que huyen de las guerras pero sobre todo huyen de los
salarios exterminados y de los suelos arrasados. Sebastián Salgado los fotografió.
En más de cuarenta países y a lo largo de mucho tiempo los fotografió. Y él me
contó que toda esa inmensa desventura humana, cabe en apenas un segundo. Qué un
segundo, solo un segundo, suma toda la luz que entró en su cámara para
fotografiar. Un segundo, apenas una guiñada en los ojos del sol. Un instantito
en la memoria del tiempo.
Amares
Eduardo
Galeano
El amor es una enfermedad. Y a los
enfermos cualquiera nos reconoce por las hondas ojeras, que delatan la falta de
sueño, o por nuestra insoportable necesidad de decir estupideces.
El amor se puede provocar, echando un
puñadito de polvo de «quereme», en el café o en la sopa, como al descuido, pero
no se puede impedir.
No hay decreto de gobierno que pueda
prohibirlo.
Alguna vez escribí, para resumir el
asunto:
«Ellos son dos, por error que la noche
corrige».
Fundación
de los abrazos. Eduardo Galeano
Muchísimo antes de que el Irak fuera
tierra arrasada por la cruzada civilizatoria del presidente Bush, allí en Irak,
había nacido la escritura. Y allí había sido escrito el primer poema de amor de
la historia humana. El poema escrito en lengua sumeria, escrito en el barro,
narraba el encuentro entre un pastor y una diosa. La diosa Inanna, amó esa
noche como si fuera mortal, y Dumuvi, el pastor, fue inmortal mientras duró esa
noche.
Teología.
Eduardo
Galeano
El dios de los cristianos, dios de mi
infancia, no hace el amor. Es quizá el único dios que nunca a hecho el amor
entre todos los dioses de todas las religiones de este mundo. Cada vez que lo
pienso siento pena por él y entonces le perdono que haya sido mi superpapá
castigador, el jefe de policía del universo, y pienso que al fin y al cabo dios
también supo ser mi amigo cuando en aquellos viejos tiempos yo creía en él y
creía que él creía en mí. Y a veces hasta me parece escuchar sus melancólicas
confidencias, como si al oído me dijera: «Lástima que Adán fuera tan bruto,
lástima que Eva fuera tan sorda y lástima que yo no supe hacerme entender.
Ellos creyeron que un pecado merece castigo, si es original. Dije que peca
quien desama y entendieron que peca quien ama. Donde anuncié praderas de
fiestas escucharon valle de lágrimas. Dije que era el dolor la sal que daba
gustito a la vida, a la aventura humana y entendieron que yo los estaba
condenando al otorgarles la gloria de ser mortales y loquitos».
El
pánico macho. Eduardo
Galeano
Uno de los mitos más antiguos y más
universales, cuenta que la primera noche yacían juntos la mujer y el hombre...
cuando él escuchó un ruidito amenazante, un crujidero de dientes entre las
piernas de ella y el susto que cortó el abrazo.
Los machos mas machos del mundo (la
verdad sea dicha) tiemblan todavía.
En cualquier lugar del mundo, cuando
recuerdan, sin saber qué recuerdan, aquel primer peligro de devoración. Y se
preguntan los machos más machos, sin saber qué se preguntan: ¿Será que la mujer
sigue siendo una puerta de entrada que no tiene salida?
Pájaros
prohibidos Eduardo Galeano
Los presos políticos uruguayos no pueden
hablar sin permiso, silbar, sonreír, cantar, caminar rápido ni saludar a otro
preso. Tampoco pueden dibujar ni recibir dibujos de mujeres embarazas, parejas,
mariposas, estrellas ni pájaros.
Didaskó Pérez, maestro de escuela,
torturado y preso por tener ideas ideológicas, recibe un domingo la visita de
su hija Milay, de cinco años. La hija le trae un dibujo de pájaros. Los
censores se lo rompen en la entrada a la cárcel.
El domingo siguiente, Milay le trae un dibujo
de árboles. Los árboles no están prohibidos, y el domingo pasa. Didashkó le
elogia la obra y le pregunta por los circulitos de colores que aparecen en la
copa de los árboles, muchos pequeños círculos entre las ramas:
—¿Son naranjas? ¿qué frutas son?
La niña lo hace callar:
—Ssssshhhh.
Y en secreto le explica:
—Bobo, ¿no ves que son ojos? Los ojos de
los pájaros que te traje a escondidas.
El Diablo es negro EDUARDO
GALEANO
Como la noche, como el pecado, el
negro es enemigo de la luz y de la inocencia. En su célebre libro de viajes, Marco Polo
evocó a los habitantes de Zanzíbar: Tenían la boca muy grande, labios muy gruesos
y nariz como de mono. Iban desnudos y eran totalmente negros, de modo que quien
los viera en cualquier otra región del mundo creería que eran diablos.
Tres siglos después, en España,
Lucifer, pintado de negro, entraba en carro de fuego a los corrales de comedias
y a los tablados de las ferias. Santa Teresa nunca pudo sacárselo de encima.
Una vez se le paró al lado, y era un negrillo muy abominable. Y otra vez ella
vio que le salía una gran llama roja del cuerpo negro, cuando se sentó encima
de su libro de oraciones y le quemó los rezos.
En América, que había importado
millones de esclavos, se sabía que era Satán quien sonaba tambores en las
plantaciones, llamando a la desobediencia, y metía música y meneos y tembladeras en los
cuerpos de sus hijos nacidos para pecar. Y hasta Martín Fierro, gaucho pobre y
castigado, se sentía bien comparándose con los negros, que estaban más jodidos
que él:
—A éstos los hizo el Diablo
—decía— para tizón del infierno. Espejos.
El
diablo es mujer EDUARDO GALEANO
El libro «Malleus Maleficarum»,
también llamado «El martillo de las brujas», recomendaba el más despiadado
exorcismo contra el demonio que lleva tetas y pelo largo.
Dos inquisidores alemanes,
Heinrich Kramer y Jakob Sprenger, escribieron, por encargo del papa Inocencio VIII, este
fundamento jurídico y teológico de los tribunales de la Santa Inquisición.
Los autores demostraban que las
brujas, harén de Satán, representaban a las mujeres en estado natural, porque
toda brujería proviene de la lujuria carnal, que en las mujeres es insaciable.
Y advertían que esos seres de aspecto bello, contacto fétido y mortal compañía
encantaban a los hombres y los atraían, silbidos de serpiente, colas de
escorpión, para aniquilarlos.
Este tratado de criminología
aconsejaba someter a tormento a todas las sospechosas de brujería. Si
confesaban, merecían el fuego. Si no confesaban, también, porque sólo una bruja, fortalecida
por su amante el Diablo en los aquelarres, podía resistir semejante suplicio
sin soltar la lengua.
El papa Honorio III había
sentenciado:
—Las mujeres no deben hablar. Sus
labios llevan el estigma de Eva, que perdió a los hombres.
Ocho siglos después, la Iglesia
Católica les sigue negando el púlpito.
El mismo pánico hace que los
fundamentalistas musulmanes les mutilen el sexo y les tapen la cara.
Y el alivio por el peligro
conjurado mueve a los judíos muy ortodoxos a empezar el día susurrando —Gracias,
Señor, por no haberme hecho mujer. Espejos.
El
Diablo es pobre EDUARDO GALEANO
En las ciudades de nuestro
tiempo, inmensas cárceles que encierran a los prisioneros del miedo, las
fortalezas dicen ser casas y las armaduras simulan ser trajes.
Estado de sitio. No se distraiga,
no baje la guardia, no se confíe. Los amos del mundo dan la voz de alarma.
Ellos, que impunemente violan la naturaleza, secuestran países, roban salarios y asesinan
gentíos, nos advierten: cuidado. Los peligrosos acechan, agazapados en los
suburbios miserables, mordiendo envidias, tragando rencores.
Los pobres: los pelagatos, los
muertos de las guerras, los presos de las cárceles, los brazos disponibles, los
brazos desechables.
El hambre, que mata callando,
mata a los callados. Los expertos, los pobrólogos, hablan por ellos. Nos
cuentan en qué no trabajan, qué no comen, cuánto no pesan, cuánto no miden, qué no
tienen, qué no piensan, qué no votan, en qué no creen.
Sólo nos falta saber por qué los
pobres son pobres. ¿Será porque su hambre nos alimenta y su desnudez nos viste?
:
Espejos.
El
Diablo es extranjero EDUARDO GALEANO
El culpómetro indica que el
inmigrante viene a robarnos el empleo y el peligrosímetro lo señala con luz
roja.
Si es pobre, joven y no es
blanco, el intruso, el que vino de afuera, está condenado a primera vista por
indigencia, inclinación al caos o portación de piel. Y en cualquier caso, si no
es pobre, ni joven, ni oscuro, de todos modos merece la malvenida, porque llega
dispuesto a trabajar el doble a cambio de la mitad.
El pánico a la pérdida del empleo
es uno de los miedos más poderosos entre todos los miedos que nos gobiernan en
estos tiempos del miedo, y el inmigrante está situado siempre a mano a la hora
de acusar a los responsables del desempleo, la caída del salario, la inseguridad
pública y otras temibles desgracias.
Antes, Europa derramaba sobre el
sur del mundo soldados, presos y campesinos muertos de hambre. Esos
protagonistas de las aventuras coloniales han pasado a la historia como agentes
viajeros de Dios. Era la Civilización lanzada al rescate de la barbarie.
Ahora, el viaje ocurre al revés.
Los que llegan, o intentan llegar, desde el sur al norte, son protagonistas de
las desventuras coloniales, que pasarán a la historia como mensajeros del
Diablo. Es la barbarie lanzada al asalto de la Civilización.
:
Espejos.
El
Diablo es homosexual EDUARDO GALEANO
En la Europa del Renacimiento, el
fuego era el destino que merecían los hijos del infierno, que del fuego venían.
Inglaterra castigaba con muerte horrorosa a quienes hubiesen tenido relaciones
sexuales con animales, judíos o personas de su mismo sexo.
Salvo en los reinos de los
aztecas y de los incas, los homosexuales eran libres en América. El
conquistador Vasco Núñez de Balboa arrojó a los perros hambrientos a los indios
que practicaban esta anormalidad con toda normalidad. Él creía que la
homosexualidad era contagiosa. Cinco siglos después, escuché decir lo mismo al
arzobispo de Montevideo.
El historiador Richard Nixon
sabía que este vicio era fatal para la Civilización: —¿Ustedes saben lo que
pasó con tos griegos? ¡La homosexualidad los destruyó! Seguro. Aristóteles era homo. Todos lo
sabemos. Y también Sócrates. ¿Y ustedes sabenlo que pasó con los romanos? Los
últimos seis emperadores eran maricones...
El civilizador Adolf Hitler había
tomado drásticas medidas para salvar a Alemania de este peligro. Los
degenerados culpables de aberrante delito contra la naturaleza fueron obligados
a portar un triángulo rosado. ¿Cuántos murieron en
los campos de concentración?
Nunca se supo.
En el año 2001, el gobierno
alemán resolvió rectificar la exclusión de los homosexuales entre las víctimas
del Holocausto. Más de medio siglo demoró en corregir la omisión.
Espejos.
El
Diablo es gitano EDUARDO GALEANO
Hitler creía que la plaga gitana
era una amenaza, y no estaba solo. Desde
hace siglos, muchos han creído y siguen creyendo que esta raza de origen oscuro
y oscuro color lleva el crimen en la sangre: siempre malditos, vagamundos sin
más casa que el camino, violadores de doncellas y cerraduras, manos brujas para
la baraja y el cuchillo.
En una sola noche de agosto de
1944, dos mil ochocientos noventa y siete gitanos, mujeres, niños, hombres, se
hicieron humo en las cámaras de gas de Auschwitz.
Una cuarta parte de los gitanos
de Europa fue aniquilada en esos años.
Por ellos, ¿quién preguntó?
:
Espejos.
El
Diablo es indio EDUARDO GALEANO
Los conquistadores confirmaron
que Satán, expulsado de Europa, había encontrado refugio en las islas y las
orillas del mar Caribe, besadas por su boca llameante.
Allí habitaban seres bestiales
que llamaban juego al pecado carnal y lo practicaban sin horario ni contrato,
ignoraban los diez mandamientos y los siete sacramentos y los siete pecados
capitales, andaban en cueros y tenían la costumbre de comerse entre sí.
La conquista de América fue una
larga y dura tarea de exorcismo. Tan arraigado estaba el Maligno en estas
tierras, que cuando parecía que los indios se arrodillaban devotamente ante la
Virgen, estaban en realidad adorando a la serpiente que ella aplastaba bajo el
pie; y cuando besaban la Cruz estaban celebrando el encuentro de la lluvia con
la tierra.
Los conquistadores cumplieron la
misión de devolver a Dios el oro, la plata y las otras muchas riquezas que el
Diablo había usurpado. No fue fácil recuperar el botín. Menos mal que, de vez
en cuando, recibían alguna ayudita de allá arriba. Cuando el dueño del Infierno
preparó una emboscada en un desfiladero, para impedir el paso de los españoles
hacia el Cerro Rico de Potosí, un
arcángel bajó de las alturas y le propinó tremenda paliza.
Espejos.
“Mujeres”, Eduardo Galeano, 2014. Siglo
XXI Editores
Mujeres,
cuya edición ha sido supervisada por el propio Eduardo Galeano, desgrana en
pequeños relatos la vida y obras de personajes históricos y anónimos, es un
sentido homenaje a las mujeres que festejan la vida porque no se resignan, y en
cuyas figuras Galeano reivindica la dignidad del ser humano. según describe la
editorial.
Llegó
a las librerías españolas tras el fallecimiento de Galeano, uno de los autores
indispensables de las letras en Lengua Española.
Sherezade Eduardo
Galeano
Por vengarse de una, que lo había
traicionado, el rey degollaba a todas. En el crepúsculo se casaba y al amanecer
enviudaba. Una tras otra, las vírgenes perdían la virginidad y la cabeza.
Sherezade fue la única que sobrevivió a
la primera noche, y después siguió cambiando un cuento por cada nuevo día de
vida.
Esas historias, por ella escuchadas,
leídas o imaginadas, la salvaban de la decapitación. Las decía en voz baja, en
la penumbra del dormitorio, sin más luz que la luna. Diciéndolas sentía placer,
y lo daba, pero tenía mucho cuidado. A veces, en pleno relato, sentía que el
rey le estaba estudiando el pescuezo.
Si el rey se aburría, estaba perdida. Del
miedo de morir nació la maestría de narrar.
Harriet Eduardo
Galeano
Ocurre a mediados del siglo diecinueve.
Se fuga. Harriet Tubman se lleva de
recuerdo las cicatrices en la espalda y una hendidura en el cráneo. Al
marido no se lo lleva. Él prefiere seguir siendo esclavo y padre de
esclavos:
—Estás
loca –le dice–. Podrás escaparte, pero no podrás contarlo.
Ella
se escapa, lo cuenta, regresa, se lleva a sus padres, vuelve a regresar y se
lleva a sus hermanos. Y hace diecinueve viajes desde las plantaciones del sur
hasta las tierras del norte, y atravesando la noche, de noche en noche, libera
a más de trescientos negros.
Ninguno de sus fugitivos ha sido
capturado. Dicen que Harriet resuelve con un tiro los agotamientos y los
arrepentimientos que ocurren a medio camino. Y dicen que ella dice —A
mí no se me pierde ningún pasajero. Es
la cabeza más cara de su tiempo. Cuarenta mil dólares fuertes se ofrecen en
recompensa.
Nadie los cobra.
Sus
disfraces de teatro la hacen irreconocible y ningún cazador puede competir con
su maestría en el arte de despistar pistas y de inventar caminos.
Tituba Eduardo Galeano
En América del sur había sido cazada,
allá en la infancia, y había sido vendida una vez y otra y otra,
y de dueño en dueño había ido a parar a
la villa de Salem, en América del norte.
Allí, en ese santuario puritano, la
esclava Tituba servía en la casa del reverendo Samuel Parris.
Las hijas del reverendo la adoraban.
Ellas soñaban despiertas cuando Tituba les contaba cuentos de aparecidos o les
leía el futuro en una clara de huevo. Y en el invierno de 1692, cuando las
niñas fueron poseídas por Satán y se revolcaron y chillaron, sólo Tituba pudo calmarlas, y las acarició y
les susurró cuentos hasta que las durmió en su regazo.
Eso la condenó: era ella quien había
metido el infierno en el virtuoso reino de los elegidos de Dios.
Y la maga cuentacuentos fue atada al
cadalso, en la plaza pública, y confesó.
La acusaron de cocinar pasteles con
recetas diabólicas y la azotaron hasta que dijo que sí.
La acusaron de bailar desnuda en los
aquelarres y la azotaron hasta que dijo que sí.
La acusaron de dormir con Satán y la
azotaron hasta que dijo que sí.
Y cuando le dijeron que sus
cómplices eran dos viejas que jamás iban a la iglesia, la acusada se convirtió
en acusadora y señaló con el dedo
a ese par de endemoniadas y ya no fue azotada.
Y después otras acusadas
acusaron.
Y la horca no paró de trabajar.
Alarma: ¡Bicicletas! Eduardo
Galeano
—La bicicleta ha hecho más que nada y más
que nadie por la emancipación de las mujeres en el mundo –decía Susan
Anthony.
Y
decía su compañera de lucha, Elizabeth Stanton:
—Las
mujeres viajamos, pedaleando, hacia el derecho de voto.
Algunos
médicos, como Philippe Tissié, advertían que la bicicleta podía provocar aborto
y esterilidad, y otros colegas aseguraban que este indecente instrumento
inducía a la depravación, porque daba placer a las mujeres que frotaban sus
partes íntimas contra el asiento.
La verdad es que, por culpa de la bicicleta, las mujeres se movían por
su cuenta, desertaban del hogar y disfrutaban el peligroso gustito de la
libertad. Y por culpa de la bicicleta, el opresivo corsé, que impedía pedalear,
salía del ropero y se iba al museo.
Marilyn Eduardo Galeano
Como Rita, esta muchacha ha sido
corregida. Tenía párpados gordos y papada, nariz de punta redonda y demasiada
dentadura: Hollywood le cortó grasa, le suprimió cartílagos, le limó los
dientes y convirtió su pelo castaño y bobo en un oleaje de oro fulgurante.
Después los técnicos la bautizaron Marilyn Monroe y le inventaron una patética
historia de infancia para contar a los periodistas.
La nueva Venus fabricada en Hollywood ya
no necesita meterse en cama ajena en busca de contratos para papeles de segunda
en películas de tercera. Ya no vive de salchichas y café, ni pasa frío en
invierno. Ahora es una estrella, o sea: una personita enmascarada que quisiera
recordar, pero no puede, cierto momento en que simplemente quiso ser salvada de
la soledad.
Juana Eduardo Galeano
Como Teresa de Ávila, Juana Inés de la
Cruz se hizo monja para evitar la jaula del matrimonio.
Pero también en el convento su talento
ofendía. ¿Tenía cerebro de hombre esta cabeza de mujer? ¿Por qué escribía con
letra de hombre? ¿Para qué quería pensar, si guisaba tan bien? Y ella, burlona,
respondía:
—¿Qué podemos saber las mujeres, sino
filosofías de cocina?
Como Teresa, Juana escribía, aunque ya el
sacerdote Gaspar de Astete había advertido que a la doncella cristiana no le es
necesario saber escribir, y le puede ser dañoso.
Como Teresa, Juana no sólo escribía, sino
que, para más escándalo, escribía indudablemente bien.
En siglos diferentes, y en diferentes
orillas de la misma mar, Juana, la mexicana, y Teresa, la española, defendían
por hablado y por escrito a la despreciada mitad del mundo.
Como Teresa, Juana fue amenazada por la
Inquisición. Y la Iglesia, su Iglesia, la persiguió, por cantar a lo humano
tanto o más que a lo divino, y por obedecer poco y preguntar demasiado.
Con sangre, y no con tinta, Juana firmó
su arrepentimiento. Y juró por siempre silencio. Y muda murió.
Louise Eduardo
Galeano
—Quiero saber lo que saben –explicó ella.
Sus compañeros de destierro le
advirtieron que esos salvaje no sabían nada más que comer carne humana:
—No saldrás viva.
Pero Louise Michel aprendió la lengua de
los nativos de Nueva Caledonia y se metió en la selva y salió viva.
Ellos le contaron sus tristezas y le
preguntaron por qué la habían mandado allí:
—¿Mataste a tu marido?
Y ella les contó todo lo de la Comuna:
—Ah –le dijeron–. Eres una vencida. Como
nosotros.
Olympia Eduardo Galeano
Son femeninos los símbolos de la Revolución
Francesa, mujeres de mármol o bronce, poderosas tetas desnudas, gorros frigios,
banderas al viento.
Pero la revolución proclamó la Declaración de
los Derechos del Hombre y del Ciudadano, y cuando la militante revolucionaria
Olympia de Gouges propuso la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la
Ciudadana, la guillotina le cortó la cabeza.
Al pie del cadalso, Olympia preguntó:
–Si las mujeres estamos capacitadas para subir
a la guillotina, ¿por qué no podemos subir a las tribunas públicas?
No podían. No podían hablar, no podían votar. Las
compañeras de lucha de Olympia de Gouges fueron encerradas en el manicomio. Y
poco después de su ejecución, fue el turno de Manon Roland. Manon era la esposa
del ministro del Interior, pero ni eso la salvó. La condenaron por su
antinatural tendencia a la actividad política. Ella había traicionado su
naturaleza femenina, hecha para cuidar el hogar y parir hijos valientes, y
había cometido la mortal insolencia de meter la nariz en los masculinos asuntos
de Estado. Y la guillotina volvió a caer.
Si
él hubiera nacido mujer
Eduardo Galeano.
. “De los dieciséis hermanos de Benjamín Franklin, Jane es la que
más se le parece en talento y fuerza de voluntad”. Pero a la edad en que Benjamín se marchó de
casa para abrirse camino, Jane se casó con un talabartero pobre, que la aceptó
sin dote, y diez meses después dio a luz su primer hijo. Desde entonces,
durante un cuarto de siglo, Jane tuvo un hijo cada dos años. Algunos niños
murieron, y cada muerte le abrió un tajo en el pecho. Los que vivieron
exigieron comida, abrigo, instrucción y consuelo. Jane pasó noches en vela
acunando a los que lloraban, lavó montañas de ropa, bañó montoneras de niños,
corrió del mercado a la cocina, fregó torres de paltos, enseñó abecedarios y
oficios, trabajó codo a codo con su marido en el taller y atendió a los
huéspedes cuyo alquiler ayudaba a llenar la olla. Jane fue esposa devota y
viuda ejemplar; y cuando ya estuvieron crecidos los hijos, se hizo cargo de sus
propios padres achacosos y de sus hijas solteronas y de sus nietos sin amparo.
Jane jamás conoció
el placer de dejarse flotar en un lago, llevada a la deriva por un hijo de
cometa, como suele hacer Benjamín a pesar de sus años. Jane nunca tuvo tiempo
de pensar, ni se permitió dudar. Benjamín sigue siendo un amante fervoroso, pero
Jane ignora que el sexo puede producir algo más que hijos.
Benjamín, fundador de una nación de
inventores, es un gran hombre de todos los tiempos. Jane es una mujer de su
tiempo, igual a casi todas las mujeres de todos los tiempos, que ha cumplido su
deber en esta tierra y ha expiado su parte de culpa en la maldición bíblica.
Ella ha hecho lo posible por no volverse loca y ha buscado, en vano, un poco de
silencio.Su caso carecerá de interés para los historiadores.”
Son cosas de
mujeres… Eduardo Galeano.
“Son cosas de mujeres, se dice también. El
racismo y el machismo beben de las mismas fuentes y escupen palabras parecidas.
Según Eugenio Raúl Zaffaroni, el texto fundador del derecho penal es el
“martillo de las brujas”, un manual de la Inquisición escrito contra la mitad
de la humanidad y publicado en 1546.
Los inquisidores dedicaron todo el
manual, desde la primera hasta la última página a justificar el castigo de la
mujer y a demostrar su inferioridad biológica. Ya las mujeres habían sido
largamente maltratadas por la Biblia y por la mitología griega, desde los
tiempos en que la tonta de Eva hizo que Dios nos echara del Paraíso y la
atolondrada de Pandora destapó la caja que llenó al mundo de desgracias. La
cabeza de la mujer es el hombre, había explicado san Pablo a los corintios, y
diecinueve siglos después Gustave Le Bon, uno de los fundadores de la
psicología social, pudo comprobar que una mujer inteligente es tan rara como un
gorila de dos cabezas. Charles Darwin reconocía algunas virtudes femeninas,
como la intuición, pero eran virtudes “características de las razas
inferiores”.
Ya
desde los albores de la conquista de América, los homosexuales habían sido
acusados de traición a la condición masculina. El más imperdonable de los
agravios al Señor, quien, como su nombre lo indica, es macho, consistía en el
afeminamiento de esos indios “que para ser mujeres sólo les faltan tetas y
parir”. En nuestros días, se acusa a las lesbianas de traición a la condición
femenina, porque esas degeneradas no reproducen la mano de obra.
La mujer, nacida para fabricar hijos,
desvestir borrachos o vestir santos, ha sido tradicionalmente acusada, como los
indios, como los negros, de estupidez congénita. Y ha sido condenada, como
ellos, a los suburbios de la historia. La historia oficial de las Américas sólo
hace un lugarcito a las fieles sombras de los próceres, a las madres abnegadas
y a las viudas sufrientes: la bandera, el bordado y el luto. Rara vez se
menciona a las mujeres europeas que protagonizaron la conquista de América o a
las mujeres criollas que empuñaron la espada en las guerras de la
independencia, aunque los historiadores machistas bien podrían, al menos,
aplaudirles las virtudes guerreras. Y mucho menos se habla de las indias y de
las negras que encabezaron algunas de las muchas rebeliones de la era colonial.
Esas son las invisibles; por milagro
aparecen, muy de vez en cuando, escarbando mucho. No hay tradición cultural que
no justifique el monopolio masculino de las armas y de la palabra, ni tradición
popular que no perpetúe el desprestigio de la mujer o que no la denuncie como
peligro. Enseñan los proverbios, transmitidos por herencia, que la mujer y la
mentira nacieron el mismo día y que la palabra de mujer no vale un alfiler, y
en la mitología campesina latinoamericana son casi siempre fantasmas de
mujeres, en busca de venganza , las temibles ánimas, las luces malas, que por
las noches acechan a los caminantes. En la vigilia y en el sueño, se delata el
pánico masculino ante la posible invasión femenina de los vedados territorios
del placer y del poder, y así ha sido desde los siglos de los siglos.
Por algo fueron las mujeres las víctimas
de las cacerías de brujas, y no sólo en los tiempos de la inquisición.
Endemoniadas: espasmos y aullidos, quizás orgasmos, y para colmo de escándalos,
orgasmos múltiples. Sólo la posesión de Satán podía explicar tanto fuego
prohibido, que por el fuego era castigado. Mandaba dios que fueran quemadas
vivas las pecadoras que ardían. La envidia y el pánico ante el placer femenino
no tenían nada de nuevo. Y en este mundo de hoy, hay ciento veinte millones de
mujeres mutiladas del clítoris. No hay mujer que no resulte sospechosa de mala
conducta. Según los boleros, son todas ingratas. Según los tangos, son todas
putas (menos mamá). Confirmaciones del derecho de propiedad: el macho
propietario comprueba a golpes su derecho de propiedad sobre la hembra. (…)
Vuela torcida la humanidad, pájaro de un ala sola.
“ Extracto del libro “Patas arribas. La escuela
del mundo al revés”
Fútbol
a sol y a sombra. Eduardo Galeano
La historia del fútbol es un triste viaje
del placer al deber. A medida que el deporte se ha hecho industria, ha ido
desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar porque sí. En este mundo
del fin de siglo, el fútbol profesional condena lo que es inútil, y es inútil
lo que no es rentable. A nadie da de ganar esa locura que hace que el hombre
sea niño por un rato, jugando como juega el niño con el globo y como juega el
gato con el ovillo de lana: bailarín que danza con una pelota leve como el
globo que se va al aire y el ovillo que rueda, jugando sin saber que juega, sin
motivo y sin reloj y sin juez.
El juego se ha convertido en espectáculo,
con pocos protagonistas y muchos espectadores, fútbol para mirar, y el
espectáculo se ha convertido en uno de los negocios más lucrativos del mundo,
que no se organiza para jugar sino para impedir que se juegue. La tecnocracia
del deporte profesional ha ido imponiendo un fútbol de pura velocidad y mucha
fuerza, que renuncia a la alegría, atrofia la fantasía y prohíbe la osadía. Por suerte
todavía aparece en las canchas, aunque sea muy de vez en cuando, algún
descarado carasucia que se sale del libreto y comete el disparate de gambetear
a todo el equipo rival, y al juez, y al público de las tribunas, por el puro
goce del cuerpo que se lanza a la prohibida aventura de la libertad.
El
gol
El gol es el orgasmo del fútbol. Como el
orgasmo, el gol es cada vez menos frecuente en la vida moderna. Hace medio
siglo, era raro que un partido terminara sin goles: 0 a 0, dos bocas abiertas, dos
bostezos. Ahora, los once jugadores se pasan todo el partido colgados del
travesaño, dedicados a evitar los goles y sin tiempo para hacerlos. El
entusiasmo que se desata cada vez que la bala blanca sacude la red puede
parecer misterio o locura, pero hay que tener en cuenta que el milagro se da
poco. El gol, aunque sea un golecito, resulta siempre
gooooooooooooooooooooooool en la garganta de los relatores de radio, un do de
pecho capaz de dejar a Caruso mudo para siempre, y la multitud delira y el
estadio se olvida de que es de cemento y se desprende de la tierra y se va al
aire.
El
jugador Eduardo
Galeano
Corre, jadeando, por la orilla. A un lado lo
esperan los cielos de la gloria; al otro, los abismos de la ruina. El barrio lo
envidia: el jugador profesional se ha salvado de la fábrica o de la oficina, le
pagan por divertirse, se sacó la
lotería. Y aunque tenga que sudar como una regadera, sin
derecho a cansarse ni a equivocarse, él sale en los diarios y en la tele, las
radios dicen su nombre, las mujeres suspiran por él y los niños quieren
imitarlo. Pero él, que había empezado jugando por el placer de jugar, en las
calles de tierra de los suburbios, ahora juega en los estadios por el deber de
trabajar y tiene la obligación de ganar o ganar. Los empresarios lo compran, lo
venden, los prestan; y él se deja llevar a cambio de la promesa de más fama y
dinero. Cuanto más éxito tiene, y más dinero gana, más preso está. Sometido a
disciplina militar, sufre cada día el castigo de los entrenamientos feroces y
se somete a los bombardeos de analgésicos y las infiltraciones de cortisona que
olvidan el dolor y mienten la
salud. Y en las vísperas de los partidos importantes, lo
encierran en un campo de concentración donde cumple trabajos forzados, come
comidas bobas, se emborracha con agua y duerme solo. En los otros oficios
humanos, el ocaso llega con la vejez, pero el jugador de fútbol puede ser viejo
a los treinta años. Los músculos se cansan temprano:- Éste no hace un gol ni
con la cancha en bajada.- ¿Éste? Ni aunque le aten las manos al arquero. O
antes de los treinta, si un pelotazo lo desmaya de mala manera, o la mala
suerte le revienta un músculo, o una patada le rompe un hueso de esos que no
tienen arreglo. Y algún mal día el jugador descubre que se ha jugado la vida a
una sola baraja y que el dinero se ha volado y la fama también. La fama, señora
fugaz, no le ha dejado ni una cartita de consuelo.
El
arquero Eduardo
Galeano
También lo llaman portero, guardameta,
golero, cancerbero o guardavallas, pero bien podría ser llamado mártir,
paganini, penitente o payaso de las bofetadas. Dicen que donde él pisa, nunca
más crece el césped. Es uno solo. Está condenado a mirar el partido de lejos.
Sin moverse de la meta aguarda a solas, entre los tres palos, su fusilamiento.
Antes vestía de negro, como el árbitro. Ahora el árbitro ya no está disfrazado
de cuervo y el arquero consuela su soledad con fantasías de colores. Él no hace
goles. Está allí para impedir que se hagan. El gol, fiesta del fútbol: el
goleador hace alegrías y el guardameta, el aguafiestas, las deshace. Lleva a la
espalda el número uno. ¿Primero en cobrar? Primero en pagar. El portero siempre
tiene la culpa. Y
si no la tiene, paga lo mismo. Cuando un jugador cualquiera comete un penal, el
castigado es él: allí lo dejan, abandonado ante su verdugo, en la inmensidad de
la valla vacía. Y cuando el equipo tiene una mala tarde, es él quien paga el
pato, bajo una lluvia de pelotazos, expiando los pecados ajenos. Los demás
jugadores pueden equivocarse feo una vez o muchas veces, pero se redimen
mediante una finta espectacular, un pase magistral, un disparo certero: él no.
La multitud no perdona al arquero. ¿Salió en falso? ¿Hizo el sapo? ¿Se le
resbaló la pelota? ¿Fueron de seda los dedos de acero? Con una sola pifia, el
guardameta arruina un partido o pierde un campeonato, y entonces el público
olvida súbitamente todas sus hazañas y lo condena a la desgracia eterna. Hasta
el fin de sus días lo perseguirá la maldición.
El
ídolo Eduardo
Galeano
Y un buen día la diosa del viento besa el
pie del hombre, el maltratado, el despreciado pie, y de ese beso nace el ídolo
del fútbol. Nace en una cuna de paja y choza de lata y viene al mundo abrazado
a una pelota. Desde que aprende a caminar, sabe jugar. En sus años tempranos
alegra los potreros, juega que te juega en los andurriales de los suburbios
hasta que cae la noche y ya no se ve la pelota, y en sus años mozos vuela y
hace volar en los estadios. Sus artes malabares convocan multitudes, domingo
tras domingo, de victoria en victoria, de ovación en ovación. La pelota lo
busca, lo reconoce, lo necesita. En el pecho de su pie, ella descansa y se
hamaca. Él le saca lustre y la hace hablar, y en esa charla de dos conversan
millones de mudos. Los nadies, los condenados a ser por siempre nadies, pueden
sentirse álguienes por un rato, por obra y gracia de esos pases devueltos al
toque, esas gambetas que dibujan zetas en el césped, esos golazos de taquito o
de chilena: cuando juega él, el cuadro tiene doce jugadores.- ¿Doce? ¡Quince
tiene! ¡Veinte! La pelota ríe, radiante, en el aire. Él baja, la duerme, la
piropea, la baila, y viendo esas cosas jamás vistas sus adoradores sienten
piedad por sus nietos aún no nacidos, que no las verán. Pero el ídolo es ídolo
por un rato nomás, humana eternidad, cosa de nada; y cuando al pie de oro le
llega la hora de la mala pata, la estrella ha concluido su viaje desde el
fulgor hasta el apagón. Está ese cuerpo con más remiendos que traje de payaso,
y ya el acróbata es un paralítico, el artista una bestia:-¡Con la herradura no!
La fuente de la felicidad pública se convierte en el pararrayos del público
rencor:- ¡Momia! A veces el ídolo no cae entero. Y a veces, cuando se rompe, la
gente le devora los pedazos.
El
Hincha Eduardo
Galeano
Una vez por semana, el hincha huye de su
casa y asiste al estadio. Flamean las banderas, suenan las matracas, los
cohetes, los tambores, llueven las serpientes y el papel picado; la ciudad
desaparece, la rutina se olvida, sólo existe el templo. En este espacio
sagrado, la única religión que no tiene ateos exhibe a sus divinidades. Aunque
el hincha puede contemplar el milagro, más cómodamente, en la pantalla de la
tele, prefiere emprender la peregrinación hacia este lugar donde puede ver en
carne y hueso a sus ángeles, batiéndose a duelo contra los demonios de turno.
Aquí, el hincha agita el pañuelo, traga saliva, glup, traga veneno, se come la
gorra, susurra plegarias y maldiciones y de pronto se rompe la garganta en una
ovación y salta como pulga abrazando al desconocido que grita el gol a su lado.
Mientras dura la misa pagana, el hincha es muchos. Con miles de devotos
comparte la certeza de que somos los mejores, todos los árbitros están
vendidos, todos los rivales son tramposos. Rara vez el hincha dice: «hoy juega
mi club». Más bien dice: «Hoy jugamos nosotros». Bien sabe este jugador número
doce que es él quien sopla los vientos de fervor que empujan la pelota cuando
ella se duerme, como bien saben los otros once jugadores que jugar sin hinchada
es como bailar sin música. Cuando el partido concluye, el hincha, que no se ha
movido de la tribuna, celebra su victoria; qué goleada les hicimos, qué paliza
les dimos, o llora su derrota; otra vez nos estafaron, juez ladrón. Y entonces
el sol se va y el hincha se va. Caen las sombras sobre el estadio que se vacía.
En las gradas de cemento arden, aquí y allá, algunas hogueras de fuego fugaz,
mientras se van apagando las luces y las voces. El estadio se queda solo y
también el hincha regresa a su soledad, yo que ha sido nosotros: el hincha se
aleja, se dispersa, se pierde, y el domingo es melancólico como un miércoles de
cenizas después de la muerte del carnaval.
ANEXO
II
Noticias
de los nadies Eduardo
Galeano.
Hasta hace veinte o treinta años, la
pobreza era fruto de la injusticia. Lo denunciaba la izquierda, lo admitía el
centro, rara vez lo negaba la derecha. Mucho han cambiado los tiempos, en tan
poco tiempo: ahora la pobreza es el justo castigo que la ineficiencia merece, o
simplemente es un modo de expresión del orden natural de las cosas. La pobreza
puede merecer lástima, pero ya no provoca indignación: hay pobres por ley de
juego o fatalidad del destino.
Los medios dominantes de comunicación,
que muestran la actualidad del mundo como un espectáculo fugaz, ajeno a la
realidad y vacío de memoria, bendicen y ayudan a perpetuar la organización de
la desigualdad creciente. Nunca el mundo ha sido tan injusto en el reparto de
los panes y los peces, pero el sistema que en el mundo rige, y que ahora se
llama, pudorosamente, economía de mercado, se sumerge cada día en un baño de
impunidad. La injusticia está fuera de la cuestión. El código moral de este fin
de siglo no condena la injusticia, sino el fracaso.
Hace unos meses, Robert McNamara, que fue
uno de los responsables de la guerra de Vietnam, escribió un largo
arrepentimiento público. Su libro, In retrospect (Times Books, 1995) reconoce
que esa guerra fue un error. Pero esa guerra, que mató a tres millones de
vietnamitas y a 58 mil norteamericanos, fue un error porque no se podía ganar,
y no porque fuera injusta. El pecado está en la derrota, no en la injusticia.
Según McNamara, ya en 1965 el gobierno de Estados Unidos disponía de
abrumadoras evidencias que demostraban la imposibilidad de la victoria de sus
fuerzas invasoras, pero siguió actuando como si la victoria fuera posible. El
hecho de que Estados Unidos estuviera practicando el terrorismo internacional
para imponer a Vietnam una dictadura militar que los vietnamitas no querían,
está fuera de la cuestión.
En un sistema de recompensas y castigos,
que concibe la vida como una despiadada carrera entre pocos ganadores y muchos
perdedores, los winners y los loosers, el fracaso es el único pecado mortal. El
orden biológico, quizás zoológico. Con la violencia ocurre lo mismo que ocurre
con la pobreza. Al sur del planeta, donde habitan los perdedores, la violencia
rara vez aparece como un resultado de la injusticia. La violencia casi siempre
se exhibe como el fruto de la mala conducta de los seres de tercera clase que
habitan el llamado Tercer Mundo, condenados a la violencia porque ella está en
su naturaleza: la violencia corresponde, como la pobreza, al orden natural, al
orden biológico o quizás zoológico de un submundo que así es porque así ha sido
y así seguirá siendo.
Las tradiciones, que perpetúan la
maldición desde el oscuro fondo de los tiempos, actúan al servicio de esta
naturaleza cómplice de la desigualdad social, y proporcionan la explicación
mágica de todos los horrores. La reciente reunión mundial de las mujeres en
Pekín desencadenó una oleada de denuncias, en los medios masivos de
comunicación, a propósito de una costumbre aberrante: en India, China,
Pakistán, Corea del Sur y otros países asiáticos, millones de niñas son
asesinadas al nacer. Los medios atribuyeron el sistemático infanticidio
solamente a ``la barbarie milenaria''. Pero el desbalance de la población
asiática, cada vez más hombres, cada vez menos mujeres, se ha agudizado en
estos últimos años. ¿No tendrá este hecho algo que ver, quizás mucho que ver,
con la incorporación acelerada y brutal de esos países a la llamada
``modernización'', a través del desarrollo de las industrias exportadoras de
bajísimos costos? Los valores del mercado, valores dominantes en el mundo de
hoy, ¿son inocentes de esos crímenes? La coartada de la tradición, ¿puede
absolver a un sistema que cotiza a precio vil la mano de obra femenina, y
convierte en desgracia el nacimiento de las niñas en los hogares pobres?
Campana de palo Mientras McNamara publicaba su libro sobre Vietnam, dos países
latinoamericanos, Guatemala y Chile, atrajeron, por asombrosa excepción, la
atención de la opinión pública norteamericana.
Un coronel del ejército de Guatemala fue
acusado del asesinato de un ciudadano de Estados Unidos y de la tortura y
muerte del marido de una ciudadana de Estados Unidos. Desde hacía unos cuantos
años, se reveló, ese coronel cobraba sueldo de la CIA. Pero los medios de
comunicación, que difundieron bastante información sobre el escandaloso asunto,
prestaron poca importancia al hecho de que la CIA viene financiando asesinos y
poniendo y sacando gobiernos en Guatemala desde 1954. En aquel año, la CIA
organizó, con el visto bueno del presidente Eisenhower, el golpe de Estado que
volteó al gobierno democrático de Jacobo Arbenz. El baño de sangre que
Guatemala viene sufriendo desde entonces, ha sido siempre considerado natural,
y raras veces ha llamado la atención de las fábricas de opinión pública. No
menos de cien mil vidas humanas han sido sacrificadas; pero ésas han sido vidas
guatemaltecas, y en su mayoría, para colmo del desprecio, vidas indígenas.
Al mismo tiempo que revelaban lo del
coronel en Guatemala, los medios informaron que dos altos oficiales de la
dictadura de Pinochet habían sido condenados a prisión en Chile. El asesinato
de Osvaldo Letelier constituía una excepción a la norma de la impunidad, y este
detalle no fue mencionado. Impunemente habían cometido muchos otros crímenes
los militares que en 1973 asaltaron el poder en Chile, con la colaboración
confesa del presidente Nixon. Letelier había sido asesinado, con su secretaria
norteamericana, en la ciudad de Washington. ¿Qué hubiera ocurrido si hubiera
caído en Santiago de Chile, o en cualquier otra ciudad latinoamericana? ¿Qué
ocurrió con el general chileno Carlos Prats, impunemente asesinado, con su
esposa también chilena, en Buenos Aires, en 1974. Cosas de negros. Automóviles
imbatibles, jabones prodigiosos, perfumes excitantes, analgésicos mágicos: a
través de la pantalla chica, el mercado hipnotiza al público consumidor. A
veces, entre aviso y aviso, la televisión cuela imágenes de hambre y guerra.
Esos horrores, esas fatalidades, vienen del otro mundo, donde el infierno
acontece, y no hacen más que destacar el carácter paradisíaco de las ofertas de
la sociedad de consumo. Con frecuencia esas imágenes vienen del Africa. El
hambre africana se exhibe como una catástrofe natural y las guerras africanas
no enfrentan etnias, pueblos o regiones, sino tribus, y no son más que cosas de
negros. Las imágenes del hambre jamás aluden, ni siquiera de paso, al saqueo
colonial. Jamás se menciona la responsabilidad de las potencias occidentales,
que ayer desangraron al Africa a través de la trata de esclavos y el
monocultivo obligatorio, y hoy perpetúan la hemorragia pagando salarios enanos
y precios de ruina. Lo mismo ocurre con las imágenes de las guerras: siempre el
mismo silencio sobre la herencia colonial, siempre la misma impunidad para los
inventores de las fronteras falsas, que han desgarrado al Africa en más de
cincuenta pedazos, y para los traficantes de la muerte, que desde el norte
venden las armas para que el sur haga las guerras.
Durante la guerra de Ruanda, que brindó
las más atroces imágenes en 1994 y buena parte de 1995, ni por casualidad se
escuchó, en la tele, la menor referencia a la responsabilidad de Alemania,
Bélgica y Francia. Pero las tres potencias coloniales habían sucesivamente
contribuido a hacer añicos la tradición de tolerancia entre los tutsis y los
hutus, dos pueblos que habían convivido pacíficamente, durante varios siglos,
antes de ser entrenados para el exterminio mutuo.
El
fanático
El fanático es el hincha en el manicomio.
La manía de negar la evidencia ha terminado por echar a pique a la razón y a
cuanta cosa se le parezca, y a la deriva navegan los restos del naufragio en
estas aguas hirvientes, siempre alborotadas por la furia sin tregua. El
fanático llega al estadio envuelto en la bandera del club, la cara pintada con
los colores de la adorada camiseta, erizado de objetos estridentes y contundentes,
y ya por el camino viene armando mucho ruido y mucho lío. Nunca viene solo.
Metido en la barra brava, peligroso ciempiés, el humillado se hace humillante y
da miedo el miedoso. La omnipotencia del domingo conjura la vida obediente del
resto de la semana, la cama sin deseo, el empleo sin vocación o el ningún
empleo: liberado por un día, el fanático tiene mucho que vengar. En estado de
epilepsia mira el partido, pero no lo ve. Lo suyo es la tribuna. Ahí está su
campo de batalla. La sola existencia del hincha del otro club constituye una
provocación inadmisible. El Bien no es violento, pero el Mal lo obliga. El
enemigo, siempre culpable, merece que le retuerzan el pescuezo. El fanático no
puede distraerse, porque el enemigo acecha por todas partes. También está
dentro del espectador callado, que en cualquier momento puede llegar a opinar
que el rival está jugando correctamente, y entonces tendrá su merecido.
El
gol
El gol es el orgasmo del fútbol. Como el
orgasmo, el gol es cada vez menos frecuente en la vida moderna. Hace medio
siglo, era raro que un partido terminara sin goles: 0 a 0, dos bocas abiertas, dos
bostezos. Ahora, los once jugadores se pasan todo el partido colgados del
travesaño, dedicados a evitar los goles y sin tiempo para hacerlos. El entusiasmo
que se desata cada vez que la bala blanca sacude la red puede parecer misterio
o locura, pero hay que tener en cuenta que el milagro se da poco. El gol,
aunque sea un golecito, resulta siempre gooooooooooooooooooooooool en la
garganta de los relatores de radio, un do de pecho capaz de dejar a Caruso mudo
para siempre, y la multitud delira y el estadio se olvida de que es de cemento
y se desprende de la tierra y se va al aire.
El
director técnico
Antes existía el entrenador, y nadie le
prestaba mayor atención. El entrenador murió, calladito la boca, cuando el
juego dejó de ser juego y el fútbol profesional necesitó una tecnocracia del
orden. Entonces nació el director técnico, con la misión de evitar la
improvisación, controlar la libertad y elevar al máximo el rendimiento de los
jugadores, obligados a convertirse en disciplinados atletas. El entrenador
decía: Vamos a jugar. El técnico dice: Vamos a trabajar. Ahora se habla en
números. El viaje desde la osadía hacia el miedo, historia del fútbol en el
siglo veinte, es un tránsito desde el 2-3-5 hacia el 5-4-1. pasando por el
4-3-3 y el 4-4-2. Cualquier profano es capaz de traducir eso, con un poco de
ayuda, pero después, no hay quien pueda. A partir de allí, el director técnico
desarrolla fórmulas misteriosas como la sagrada concepción de Jesús, y con
ellas elabora esquemas tácticos más indescifrables que la Santísima Trinidad. Del
viejo pizarrón a las pantallas electrónicas; ahora las jugadas magistrales se
dibujan en una computadora y se enseñan en video. Esas perfecciones rara vez se
ven, después, en los partidos que la televisión transmite. Más bien la
televisión se complace exhibiendo la crispación en el rostro del técnico, y lo
muestra mordiéndose los puños o gritando orientaciones que darían vuelta al
partido si alguien pudiera entenderlas. Los periodistas lo acribillan en la
conferencia de prensa, cuando el encuentro termina. El técnico jamás cuenta el
secreto de sus victorias, aunque formula admirables explicaciones de sus derrotas:
Las instrucciones eran claras, pero no fueron escuchadas, dice, cuando el
equipo pierde por goleada ante un cuadrito de morondanga. O ratifica la
confianza en sí mismo, hablando en tercera persona más o menos así: «Los
reveses sufridos no empañan la conquista de una claridad conceptual que el
técnico ha caracterizado como una síntesis de muchos sacrificios necesarios
para llegar a la eficacia». La maquinaria del espectáculo tritura todo, todo
dura poco, y el director técnico es tan desechable como cualquier otro producto
de la sociedad de consumo. Hoy el público le grita:¡No te mueras nunca! Y el
Domingo que viene lo invita a morirse. El cree que el fútbol es una ciencia y
la cancha un laboratorio, pero los dirigentes y la hinchada no sólo le exigen la
genialidad de Einstein y la sutileza de Freud, sino también la capacidad
milagrera de la Virgen de Lourdes y el aguante de Gandhi.
El
lenguaje de los doctores del Fútbol
Vamos a sintetizar nuestro punto de
vista, formulando una primera aproximación a la problemática táctica, técnica y
física del cotejo que se ha disputado esta tarde en el campo del Unidos
Venceremos Fútbol Club, sin caer en simplificaciones incompatibles con un tema
que sin duda nos está exigiendo análisis más profundo y detallado y sin incurrir
en ambigüedades que han sido, son y serán ajenas a nuestra prédica de toda una
vida al servicio de la afición deportiva. Nos resultaría cómodo eludir nuestra
responsabilidad atribuyendo el revés del once locatario a la discreta
performance de sus jugadores, pero la excesiva lentitud que indudablemente
mostraron en la jornada de hoy a la hora de devolucionar cada esférico
recepcionado no justifica de ninguna manera, entiéndase bien, señoras y
señores, de ninguna manera, semejante descalificación generalizada y por lo
tanto injusta. No, no y no. El conformismo no es nuestro estilo, como bien
saben quienes nos han seguido a lo largo de nuestra trayectoria de tantos años,
aquí en nuestro querido país y en los escenarios del deporte internacional e
incluso mundial, donde hemos sido convocados a cumplir nuestra modesta función.
Así que vamos a decirlo con todas las letras, como es nuestra costumbre: el
éxito no ha coronado la potencialidad orgánica del esquema de juego de este
esforzado equipo porque lisa y llanamente sigue siendo incapaz de canalizar
adecuadamente sus expectativas de una mayor proyección ofensiva hacia el ámbito
de la valla rival. Ya lo decíamos el Domingo próximo pasado y así lo afirmamos
hoy, con la frente alta y sin pelos en la lengua, porque siempre hemos llamado
al pan pan y al vino vino y continuaremos denunciando la verdad, aunque a
muchos les duela, caiga quien caiga y cueste lo que cueste.
Obdulio
Yo era chiquilín y futbolero, y como
todos los uruguayos estaba prendido a la radio, escuchando la final de la Copa
del Mundo. Cuando la voz de Carlos Solé me transmitió la triste noticia del gol
brasileño, se me cayó el alma al piso. Entonces recurrí al más poderoso de mis
amigos. Prometí a Dios una cantidad de sacrificios a cambió de que Él se
apareciera en Maracaná y diera vuelta el partido. Nunca conseguí recordar las
muchas cosas que había prometido, y por eso nunca pude cumplirlas. Además, la
victoria de Uruguay ante la mayor multitud jamás reunida en un partido de
fútbol había sido sin duda un milagro, pero el milagro había sido más bien obra
de un mortal de carne y hueso llamado Obdulio Varela. Obdulio había enfriado el
partido, cuando se nos venía encima la avalancha, y después se había echado el
cuadro entero al hombro y a puro coraje había empujado contra viento y marea.
Al fin de aquella jornada, los periodistas acosaron al héroe. Y él no se golpeó
el pecho proclamando que somos los mejores y no hay quien pueda con la garra
charrúa: -Fue casualidad- murmuró Obdulio, meneando la cabeza. Y cuando
quisieron fotografiarlo, se puso de espaldas. Pasó esa noche bebiendo cerveza,
de bar en bar, abrazado a los vencidos, en los mostradores de Río de Janeiro.
Los brasileños lloraban. Nadie lo reconoció. Al día siguiente, huyó del gentío
que lo esperaba en el aeropuerto de Montevideo, donde su nombre brillaba en un
enorme letrero luminoso. En medio de la euforia, se escabulló disfrazado de
Humphrey Bogart, con un sombrero metido hasta la nariz y un impermeable de
solapas levantadas. En recompensa por la hazaña, los dirigentes del fútbol
uruguayo se otorgaron a sí mismos medallas de oro. A los jugadores les dieron
medallas de plata y algún dinero. El premio que recibió Obdulio le alcanzó para
comprar un Ford del año 31, que fue robado a la semana.
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