Ser como el arte | Albanta
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Naturalmente, si se nace en el seno de una aristocrática familia danesa en 1885, si su sensibilidad la anima a estudiar literatura en Oxford y arte en Roma, París y Copenhague, si decide casarse con su primo el barón Bror Blixen-Finecke y si finalmente el barón y la baronesa deciden trasladar su residencia a las colonias británicas de África oriental (actualmente Kenia), en donde deciden dedicarse al cultivo y comercialización del café, resulta evidente que estamos hablando de alguien que se sale de la norma.
Tal es el caso de Karen Blixen, nombre real de quien decidiría firmar sus obras literarias con distintos seudónimos, de los que el más popular fue sin duda el de
Isak Dinesen, nombre con el que publicó su primer libro, Siete cuentos góticos (1934), escrito en inglés y con el que consiguió fama mundial. Tres años más tarde, en 1937, publicaría Memorias de África, un conjunto de recuerdos de la larga etapa en Kenia y en el que con su sutil y elegante prosa, su impecable sentido del humor y su fascinación por la sencillez del estilo de vida que descubrió en África no puede evitar la melancolía que le produce abandonar un paisaje inolvidable en el que además conoció y vivió el gran amor de su vida con el oficial y cazador británico Denys Finch Hatton.
Memorias de África, fue adaptada al cine por Sidney Pollack, (1985)consiguiendo también un gran éxito de taquilla, lo que estimuló de nuevo la popularidad de la escritora
“Yo tenía una
granja en África, al pie de las colinas de Ngong. El ecuador atravesaba
aquellas tierras a un centenar de millas al norte, y la granja se asentaba a
una altura de unos seis mil pies. Durante el día te sentías a una gran altitud,
cerca del sol, las primeras horas de la mañana y las tardes eran límpidas y
sosegadas y las noches frías
“Todo lo que se veía estaba hecho para
la grandeza y la libertad, y poseía una inigualable nobleza”.*
“La principal característica del paisaje y de tu vida en él, era el aire. Al recordar una estancia en las tierras altas africanas te impresiona el sentimiento de haber vivido durante un tiempo en el aire. Lo habitual era que el cielo tuviera un color azul pálido o violeta, con una profusión de nubes poderosas, ingrávidas, siempre cambiantes, encumbradas y flotantes, pero también tenía un vigor azulado, y a corta distancia coloreaba con un azul intenso y fresco las cadenas de colinas y los bosques. A mediodía el aire estaba vivo sobre la tierra, como una llama; centelleaba, se ondulaba y brillaba como agua fluyendo, reflejaba y duplicaba todos los objetos, creando una gran Fata Morgana. Allí arriba respirabas a gusto y absorbías seguridad vital y ligereza de corazón. En las tierras altas te despertabas por la mañana y pensabas: Estoy donde debo estar”.*
Nativos
.
En cuanto a mí, desde mis primeras semanas en África sentí un
intenso afecto por los nativos. Era un sentimiento muy fuerte que
comprendía a todas las edades y los dos sexos. El descubrimiento de
las razas de piel oscura fue una magnífica ampliación de mi mundo.
Como una persona con una simpatía innata hacia los animales que
crece en un medio donde no los hay y entra en contacto con ellos en
su madurez; o como una persona a la que le gustan instintivamente
los bosques y las selvas y entra en uno de ellos por primera vez en su
vida cuando tiene veinte años; o como alguien con oído para la música
que la oye por primera vez ya mayor, casos así pueden ser similares al
mío. Una vez que hube conocido a los nativos acordé la rutina de mi
vida cotidiana con la orquesta.
Mi padre fue oficial de los Ejércitos danés y francés y cuando era un
jovencísimo teniente en Düppel, escribió a casa: «Allí en Düppel fui
oficial de una columna grande. Era un trabajo duro, pero espléndido.
El amor a la guerra es una pasión como cualquier otra, amas a los
soldados como amas a las mujeres jóvenes, hasta la locura; pero un
amor no excluye al otro, como saben las chicas. El amor a las mujeres
es para una cada vez, mientras que el amor a los soldados abarca al
regimiento entero, que te gustaría que fuera lo mayor posible.» A mí
me pasaba lo mismo con los nativos.
No era fácil llegar a conocer a los nativos. Eran rápidos de oído y
evanescentes; si los asustabas, en un segundo podían retirarse a su
mundo, al igual que los animales salvajes desaparecen ante un brusco
movimiento que tú hagas: simplemente ya no están ahí. Hasta que no
conoces bien a un nativo es imposible conseguir una respuesta suya a
derechas. Ante una pregunta directa de cuántas vacas tiene, te
responde evasivamente: «Tantas como le dije ayer.» Va contra los
sentimientos de los europeos ser respondidos de una manera
semejante, como muy probablemente va contra los sentimientos de
los nativos ser interrogados de esa forma. Si les presionábamos o
acosábamos para que nos explicaran su comportamiento, esquivaban
la respuesta cuanto podían y luego empleaban una grotesca fantasía
humorística para conducimos a una pista falsa. Hasta los niños
pequeños, en una situación de ese tipo, adquirían las cualidades de un
veterano jugador de póker, que no se preocupa si sobrevaloras o
infravaloras su jugada con tal de que no conozcas sus cartas
verdaderas. Cuando realmente lográbamos entrar en la existencia de
los nativos actuaban como hormigas cuando metes un palo en un hormiguero; reparaban el daño con una incansable energía, rápida y
silenciosamente, como si borraran una acción vergonzosa.
ENCONTRÓ EN LOS INDÍGENAS AFRICANOS LAS MISMAS VIRTUDES ARISTOCRÁTICAS A LAS QUE SIEMPRE TRATÓ DE MANTENERSE FIEL
NARRAR SIEMPRE FUE PARA ELLA "SER MIEMBRO DE UNA TRIBU ANTIGUA, OCIOSA, EXTRAVAGANTE E INÚTIL".
PERSONAJES DEL SIGLO XX | ISAK DINESEN | PERFILES
UNA GRANJA EN ÁFRICA
Isak Dinesen fue el seudónimo elegido por la baronesa Karen Blixen para firmar la mayoría de sus libros. En realidad, la baronesa fue muy amiga de esos cambios de identidad, y se hizo llamar de distintas formas a lo largo de su vida, como dando a entender que un solo nombre no podía abarcar toda la complejidad y riqueza de un ser humano. Isak significa el que reirá, y el hecho de que fuera un nombre de varón expresaba su deseo de tener la misma libertad que los hombres. Muchos años después, en un congreso feminista, habló del oficio de mujer como encanto, confesando que, si fuese hombre, jamás se enamoraría de una escritora, y, sin embargo, todo su empeño, en las tres últimas décadas de su vida, fue transformarse en una escritora al precio que fuera.
Encontró en los indígenas africanos las mismas virtudes aristocráticas a las que siempre trató de mantenerse fiel
"El corazón sólo puede ser inocente y libre cuando no está artificialmente dividido contra sí mismo"
Narrar siempre fue para ella "ser miembro de una tribu antigua, ociosa, extravagante e inútil". Tal vez por eso, sus contradicciones no sólo no la importaban lo más mínimo, sino que disfrutaba perversamente con ellas. Declaró que ser socialista no era más que cumplir con la propia responsabilidad con el prójimo, pero no ocultaba su aversión a la democracia, porque pensaba que era un sistema que fomentaba la mediocridad. Fue a África, formando parte de las primeras oleadas de colonos europeos, pero nadie comprendió como ella a los indígenas africanos, en los que vería encarnadas las mismas virtudes aristocráticas a las que siempre trató de mantenerse fiel. Amó sin límites a los animales, y escribiría alguna de las páginas más hermosas que se han escrito sobre ellos, pero fue una apasionada de la caza, y llegó a decirse que era capaz de disparar a una jirafa sólo por el placer de verla derrumbarse en el suelo.
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